Premio Nobel de la Paz

"El mundo fue y será una porquería, ya lo sé. Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón", Enrique Santos Discépolo

Cinco expresidentes de los Estados Unidos han sido reconocidos por el comité noruego con el Premio Nobel de la Paz. Los que, actuando como guardianes del mundo, se autoproclaman salvadores de la democracia, con su enorme y amenazante poder militar. Todos los favorecidos, por un negativo proceder, fueron muy discutidos. Lo necesitan para lavar su imagen, tan deteriorada en sus intervenciones imperialistas, para proteger sus intereses, como el petróleo y las tierras raras. En fin, la paz es una efímera paloma en el olvido.

A Barack Obama (2009), el último en recibirlo, con apenas nueve meses en su primer mandato, se le criticó que "él no se merecía tal distinción". Igual lo guardó sin devolverlo. Ni los millones de coronas, menos la medalla de oro. La gestión de Obama fue un desastre, las guerras envolvían al Oriente Medio. De nada le sirvió ostentar tan inmerecido premio. Ahora los conflictos van de mal en peor. Una amenaza nuclear se cierne, y lo saben quiénes poseen armas atómicas, las que podrían acabar con el planeta, sin importarles un bledo, ¡Que se jodan, carajo!

Parto de la base que en pedir no hay engaño, pero en lo particular hay que tener un mínimo de pudor, más aún cuando se realiza un lobby exagerado para conseguir patrocinio de naciones dependientes. El poder requiere y necesita ser reconocido. Estados Unidos es el mayor proveedor de armas o financiamiento a los países en conflicto, a sus aliados le puede quitar su apoyo cuando lo determine, aunque la industria bélica se oponga. La paz pende de un débil hilo conductor.

Donald Trump, el controvertido actual mandatario, quiere el premio de cualquier forma o a cualquier precio. Para ello mueve a sus peones a su real antojo, desnaturalizando el objetivo principal de Alfred Nobel: conseguir que la humanidad viva sin guerras. Lo postula Buddy Carter, un desconocido senador republicano. Pakistán fue la primera nación en presentarlo. Netanyahu, el cuestionado primer ministro de Israel, viaja a la Casa Blanca, con su esposa, para entregarle la carta de respaldo. Patética escena en los precisos instantes que cientos de misiles caen sobre una población indefensa en la ocupada Franja de Gaza, donde miles de inocentes niños y niñas mueren a diario. Las cifras ya no conmueven, son parte del inventario.

Javier Millei, presidente de Argentina, con su serrucho eléctrico; y Nayib Bukele, presidente y carcelero de El Salvador, esperan su turno para demostrar su total incondicionalidad. Jair Bolsonaro, el golpista brasileño está al acecho. Así podrían obtener alguna prebenda. El financista Elon Musk no, porque rompieron relaciones y lo acusa de tener 34 querellas en tribunales. La separación arrastra una serie interminable de mutuas recriminaciones vergonzosas, que rayan en la inmoralidad.

El "pacificador", como si fuera poco, al asumir el cargo amenazó a Canadá de anexarlo como el estado 51, y apropiarse de Groenlandia. Dio inicio a otra guerra, cruel y despiadada, irrespetando sus acuerdos de libre comercio. Nadie se escapa, todas las naciones tienen que someterse. Aplica indiscriminadamente nuevas tasa de impuestos, a diestra y siniestra, en un conflicto de insospechadas consecuencias en el Tercer Mundo. Ningún país hoy puede asegurar sus exportaciones, menos su economía interna.

Mientras firmaba un cúmulo de decretos arancelarios, exclamó con sordina, dirigiéndose a las naciones afectadas: "Deberán venir a besarme el culo! en fila, eso sería todo, si quieren comerciar con los Estados Unidos de América". Con esos pecaminosos antecedentes que Dios nos salve María, de tamaña decisión.

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