Hace algunos días me contaron una historia que me hizo reflexionar sobre la especial relación que, durante décadas, han desarrollado chilenos de origen palestino y judío en nuestro país.
Un matrimonio judío iba regularmente a un restaurante de comida típica del Medio Oriente, atendido por una pareja que hace poco había llegado a Chile desde territorio palestino. Con el tiempo, ambos matrimonios se hicieron muy amigos y se empezaron a visitar en sus casas. En un momento, el dueño palestino del restaurante comentó que quería cambiarse de casa y necesitaba un aval, pero debido al poco tiempo que llevaba en Chile, nadie quería apoyarlo. Motivado por la confianza y amistad que había surgido entre ambas familias, el matrimonio judío se ofreció como aval.
Lo que está detrás de esta historia muy real, es la humanidad y la esperanza.
Cuando hay seres humanos que se conocen y se respetan, más allá de sus orígenes o el contexto en el que nacieron, la esperanza de que surja una relación fraterna es posible.
Afortunadamente, este relato no es tan extraño. Al escuchar a los miembros más adultos de las comunidades palestina y judía, y revisar sus relaciones a lo largo del tiempo, nos damos cuenta de que hay cientos de ejemplos de exitosas historias de amistad, amor y de negocios entre descendientes de inmigrantes de ambas comunidades.
No es una metáfora y por eso con ahínco y también con porfía, como Comunidad Judía de Chile –quiero remarcar Chile- estamos convencidos que tal como ocurrió con la historia de estos matrimonios, la amistad y la confianza, que es tan común entre nuestra comunidad y la palestina a nivel personal, puede derrotar la desconfianza y la violencia propia del conflicto del Medio Oriente.
Si nos quedamos simplemente con los discursos de odio que cada cierto tiempo dirigentes o voceros de uno y otro lado se destinan, intentando apagar el fuego con bencina, no construiremos nada sano para los hijos de este Chile que ha decidido vivir en paz.
Desde hace más de un año, que pública y privadamente, con y sin ayuda de terceros, venimos haciendo esfuerzos por sentarnos en una misma mesa con la dirigencia de la Federación Palestina. Lamentablemente no hemos encontrado eco.
Al revés, recibimos sólo portazos a esa disposición, como la lamentable caricatura que publicó la cuenta oficial de twitter de la Federación el jueves 18 de agosto, celebrando la actitud del judoca egipcio que se negó a darle la mano a su rival israelí, ganador en los Juegos Olímpicos de Río. Esa actitud, repudiada por el Comité Olímpico Internacional, incluso por la propia organización deportiva egipcia, demuestra una intolerancia y una animosidad extrema. Para darse la mano y para dialogar se necesitan dos.
Nuestro llamado no es un slogan publicitario. Estamos seguros que nunca nos pondremos de acuerdo con el pasado. No lo han hecho aquellos para los que la paz es un imperativo de supervivencia, menos lo haremos nosotros a miles de kilómetros. Lo que sí podemos hacer es ponernos de acuerdo en trabajar por aquella esquiva paz.
Reiteramos nuestro llamado a través de estas líneas a los dirigentes palestinos a conversar. En Israel y Palestina está lleno de experiencias exitosas, por qué Chile no puede ser otro buen ejemplo.
Tengo la esperanza que aprovechando la rica tradición de convivencia y cooperación entre judíos y palestinos en Chile, podamos enviar un mensaje distinto al mundo y generar condiciones para el diálogo.
La historia de los matrimonios de ambas comunidades que siguen hasta hoy compartiendo falafel y comida árabe, en el restorán de la familia palestina, lo demuestra.
Nuestra responsabilidad como líderes comunitarios es construir puentes no destruirlos. Es tiempo que la Federación Palestina se defina si está por la paz o por eternizar la violencia entre ambos pueblos. Quizás para aquellos dirigentes que se sienten cómodos atizando el conflicto, esto puede sonar hasta ingenuo o iluso, pero si miramos el rostro limpio de nuestros hijos, prefiero pecar de inocente.
Elijo hacer algo desde Chile para que al menos esta guerra acabe, especialmente para los niños de Israel y Palestina. La puerta está abierta.
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