Una historia con dos caminos

El 29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas votaron a favor de reconocer el derecho del pueblo judío a restablecer un Estado en la Tierra de Israel. La Resolución 181 de la ONU, conocida como el Plan de Partición, ofreció a judíos y árabes un camino hacia la autodeterminación. La parte judía reconoció el plan como una propuesta innovadora y un reconocimiento del derecho del pueblo judío a tener un estado independiente en su patria histórica. La parte árabe rechazó de plano el Plan de Partición, optando por la vía de la confrontación.

La comunidad judía que residía en la Tierra de Israel, pequeña y vulnerable en aquel entonces, aprovechó la oportunidad con sentido de urgencia y determinación. El moderno Estado de Israel se convirtió en una democracia próspera, un centro global de innovación, ciencia y arte, y una nación que fomenta la cooperación internacional y entrega ayuda humanitaria en todo el mundo.

El mundo árabe, en cambio, respondió a la misma encrucijada histórica negándose a transigir y avanzar. El rechazo árabe al Plan de Partición no condujo a la consecución de un Estado palestino, sino a guerras, el desplazamiento de judíos y árabes, y décadas de oportunidades perdidas. En 1947, los palestinos podrían haber levantado un Estado propio junto a Israel. En su lugar, optaron por la guerra. Las consecuencias se han sentido desde entonces. Los líderes palestinos dedicaron décadas y enormes recursos a atacar a Israel, en lugar de fomentar la coexistencia.

La historia de Israel desde 1947 se sustenta en un desarrollo exitoso, basado en la resiliencia y la perseverancia, prueba de que la claridad moral y el compromiso pragmático pueden coexistir. Israel ha declarado y demostrado constantemente su voluntad de vivir en paz con sus vecinos árabes, buscando acuerdos y alianzas con quienes estén dispuestos a seguir un camino similar. Así se ha logrado firmar la paz con Egipto y Jordania, y se han normalizado relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Marruecos.

Hoy, el contraste es marcado. Israel, más pequeño que muchos de sus vecinos, se erige como un centro tecnológico, una economía abierta y una sociedad pluralista. Mientras tanto, muchos de los regímenes que en su día declararon que destruirían a Israel se han enfrentado a agitación política, pobreza y conflictos internos.

Esta situación es especialmente evidente en la Franja de Gaza, donde Hamás ha instalado una ideología yihadista que se compromete explícitamente con la destrucción de Israel. Esto representa una amenaza existencial no solo para la población civil israelí, sino también para cualquier esperanza de coexistencia pacífica. El rechazo de Hamás a los acuerdos, su glorificación de la violencia y su explotación de la población palestina han perpetuado el sufrimiento y obstaculizado todo intento de construir un futuro en paz. Sus acciones reflejan la versión más extrema de la misma corriente que en 1947 enarboló la negativa a aceptar la legitimidad del Estado de Israel.

El legado del 29 de noviembre debe recordar al mundo, y en particular a Medio Oriente, que el futuro se forja con decisiones. El pueblo judío eligió la aceptación, el acuerdo y la construcción. Los líderes palestinos eligieron el rechazo, la negación y la destrucción. Setenta y ocho años después, los resultados de esos dos caminos están a la vista de todos.

La existencia de Israel hoy no es solo un hecho político; es una victoria moral, un testimonio del poder de la fe, la resiliencia y el derecho perdurable del pueblo originario a tener su estado en la Tierra de Israel.
Pese a todo, persiste la esperanza de que, algún día, nuestros vecinos palestinos tomen la misma decisión que Israel tomó en 1947: aceptar la legitimidad del otro y construir un futuro digno de compartir.

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