Educación en disputa: entre la libertad de elegir y el derecho a aprender

Las propuestas educativas vuelven a ocupar un lugar de tensión en la contienda presidencial. Esto no es casual: durante los últimos 30 años, las aulas y escuelas del país han sido escenario y síntoma de las fracturas sociales. Desigualdad, segmentación, violencia escolar y precarización laboral docente se entrelazan con una promesa incumplida: que la educación sería el motor de la movilidad social. En esta segunda vuelta, las propuestas de José Antonio Kast y Jeannette Jara revelan dos modelos de país que difieren en su comprensión más profunda de lo educativo. Uno que privilegia la libertad de enseñanza como principio de orden y mérito; otro que busca fortalecer la educación pública como espacio de protección, inclusión y formación integral.

El programa de Kast, sintetizado en su lema "Volver a ponerle patines a la educación", se estructura sobre una crítica dura al sistema actual: la escuela habría perdido autoridad, los estudiantes disciplina y las familias el derecho de elección. Su respuesta es una restauración: devolver la autonomía a los establecimientos, fortalecer la figura del director, restituir el mérito académico y promover la competencia entre proyectos educativos. En su discurso, "menos ideología y más aprendizaje" funciona como una consigna que asocia la crisis educativa con un exceso de política y un déficit de eficiencia. La solución, entonces, pasa por desburocratizar, reforzar la libertad de las familias y recuperar la autoridad docente.

Esta propuesta evoca las tensiones que el país arrastra desde la reforma neoliberal de los años '80: la educación como bien transable, el Estado subsidiario, la meritocracia como principio moral y la desigualdad justificada por el esfuerzo individual. Kast no rompe con esa matriz; la actualiza. Al enfatizar la libertad de elegir y la diversidad de proyectos, reintroduce el mercado como regulador de la calidad, confiando en la competencia para mejorar aprendizajes. Pero tras esa lógica persiste el problema de fondo: no todos pueden elegir desde el mismo punto de partida. La libertad educativa en un contexto de desigualdad estructural termina reproduciendo las brechas que dice combatir.

El programa de Jara, en cambio, emerge desde un diagnóstico distinto: la escuela no sólo educa, también protege, cuida y forma integralmente. En su propuesta, la educación es un derecho y un espacio de bienestar, no un mercado. Plantea un Plan Nacional de Salud Mental Escolar, infraestructura digna, educación sexual integral y una actualización curricular orientada a las habilidades del siglo XXI. Su enfoque reconoce que los problemas actuales -violencia escolar, fatiga docente, deserción, exclusión- no se resuelven con más control ni competencia, sino fortaleciendo los vínculos y el sentido de comunidad educativa. No obstante, su propuesta permanece dentro del paradigma neoliberal de la mejora y la gestión, sin cuestionar el modelo estructural heredado. No interpela el rol de la educación pública como eje del sistema, ni revisa las asimetrías entre lo público y lo privado. Más que refundar, busca humanizar la competencia, manteniendo intacta la lógica de mercado que ha moldeado la educación chilena por más de tres décadas.

Lo interesante es que ambos programas mencionan la violencia escolar y la necesidad de entornos seguros, pero difieren en cómo entienden el asunto. Para Kast, se trata de restaurar el orden: más disciplina, autoridad y protocolos propios. Para Jara, construir convivencia es la clave, desplegando acciones de mediación, apoyo psicosocial y educación emocional. La diferencia no es semántica, sino que expresa dos formas de mirar la crisis educativa. Una que cree que el problema radica en el exceso de permisividad; otra que lo sitúa en la falta de cuidado.

A un poco más de tres décadas del fin de la dictadura, Chile aún no logra articular un proyecto educativo coherente con su democracia. La expansión de cobertura, la reforma docente y la gratuidad universitaria no lograron revertir la segregación estructural que divide a las escuelas por origen social. Las políticas han oscilado entre la lógica de mercado y la de derechos, sin resolver la tensión entre equidad y calidad, ni la precariedad del trabajo docente. En este escenario, las propuestas de Kast y Jara no son sólo programas de gobierno sino que expresiones de esas dos almas en disputa en la sociedad chilena.

Si algo muestra el debate actual es que la educación no se agota en los resultados estandarizados ni en la elección de un colegio o en la gratuidad universitaria. La pregunta de fondo es otra: ¿Qué tipo de sociedad queremos reproducir desde nuestras escuelas? Una que seleccione, compita y jerarquice, o una que acoja, forme y emancipe. La decisión electoral que se avecina no resolverá por sí sola esta tensión, pero puede definir hacia dónde se inclina la balanza, si hacia la restauración del orden o hacia la reconstrucción del sentido colectivo de la educación pública.

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