La empresa y su rol ante un Chile polarizado

La primera vuelta presidencial dejó un país más fragmentado de lo esperado: dos candidaturas ideológicamente antagónicas, con una ciudadanía dividida entre la urgencia por recuperar seguridad y la demanda de mayor justicia social; un centro que pierde peso político; y un partido que sorprendió, pero con líderes que amenazan desestabilizar a quien esté en el próximo gobierno.

Los resultados electorales y el tono de la campaña anticipan una segunda vuelta aún más polarizada, con vínculos sociales aún más tensados. Este escenario no es sólo un desafío para la política. Es también un llamado urgente a las empresas a actuar con responsabilidad como puentes de confianza social, de ser parte activa de la solución mediante la construcción de capital social. Bien gestionada, esta función no es un gesto reputacional, sino una inversión estratégica en legitimidad, estabilidad y demanda futura, la cual exige humildad, coherencia y una voluntad real de habilitar diálogo en lugar de aprovechar la división.

¿Por qué las empresas pueden -y deben- asumir ese rol ahora? Porque la confianza es un recurso escaso y al mismo tiempo determinante. Estudios recientes, incluyendo nuestro ICREO Opinión Pública 2025, muestran que los ciudadanos evalúan a las organizaciones bajo criterios cada vez más ligados a honestidad, empatía y responsabilidad. En tiempos convulsos, esa confianza deja de ser un intangible y se convierte en una métrica estratégica que define si una empresa será escuchada o descartada.

A la vez, la polarización se filtra directamente al consumo, al clima laboral y al funcionamiento cotidiano. Encuestas públicas han evidenciado que la sensación de conflicto político permea hogares, espacios de trabajo y decisiones de compra. No queda atrapada en la arena electoral, se cuela en la vida diaria, elevando los riesgos de boicots, conflictos laborales e incluso deterioro del bienestar emocional. Esto abre, paradójicamente, una ventana para que empresas e instituciones generen espacios seguros de conversación, encuentro y contención.

El valor y la relevancia de las marcas ya no se miden sólo por precio, calidad u otros atributos funcionales. Las personas valoran crecientemente aquello que las organizaciones representan: qué defienden, cómo cuidan su entorno, qué postura adoptan frente a desigualdades y cómo contribuyen al bienestar colectivo. Estas dimensiones simbólicas pueden ser poderosas palancas de cohesión social si se gestionan con autenticidad.

Entonces ¿qué pueden hacer las empresas, ante el contexto que vivimos? Un primer paso es practicar una escucha activa profunda que permita mapear con precisión las preocupaciones de clientes, colaboradores y comunidades. No se trata de entrar a la arena política, sino de entender miedos, expectativas y necesidades reales. Ese ejercicio, cuando se comunica con transparencia, amplía la legitimidad de la organización.

También es clave habilitar espacios de encuentro con reglas claras y facilitación independiente. Cuando una empresa promueve conversaciones abiertas entre vecinos, organizaciones sociales, proveedores y autoridades locales -sin protagonismo propio ni agendas ocultas- transmite un mensaje de neutralidad activa: está allí para unir, no para dividir. Esa sola función genera confianza.

En paralelo, conviene revisar y alinear la comunicación externa para que exprese valores coherentes. En momentos de tensión, el tono de las marcas importa tanto como sus acciones. Reconocer la complejidad del contexto, evitar insinuaciones polarizantes y poner en valor intereses comunes son decisiones que impactan directamente la percepción de integridad. Ese relato debe apoyarse en hechos: programas, indicadores, compromisos públicos y evaluaciones externas.

Dentro de las organizaciones, proteger la convivencia interna se vuelve una prioridad estratégica. Las empresas pueden establecer lineamientos que resguarden la diversidad de opinión sin permitir hostigamiento político, así como habilitar espacios de diálogo interno, instancias de mediación y formaciones en comunicación respetuosa. Una cultura laboral resiliente no sólo sostiene la operación: se convierte en un referente para el entorno.

Finalmente, invertir en proyectos de impacto social contribuye de manera directa a la construcción de capital social. La evidencia muestra que las personas premian la responsabilidad sostenida y medible. En un país fragmentado, esos esfuerzos se vuelven aún más valiosos.

La polarización nos obliga a tomar partido, pero no por un candidato, sino por un tipo de sociedad. Las empresas pueden optar por retraerse y limitarse a su rol tradicional o pueden abrazar una función más ambiciosa como constructoras de confianza y vínculos. En el Chile de hoy, elegir lo segundo no sólo responde a un imperativo ético; también fortalece la sostenibilidad del negocio y la legitimidad futura.

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