Vargas Llosa: ¡¿Por qué no te callas?!

“La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”
(Friedrich Nietzsche)

Es un hecho relativamente comprensible declararse no ser, para nada, lector de Vargas Llosa.

En época en que pude serlo, destiné, como es de suponer, gran parte de mí fructífero tiempo de lectura de ficción a otros hispanoamericanos; léase Julio Cortázar, “El Gigante que Murió de Amor”, con su talante e indiscutible ingenio inventivo a prueba de cualquier pluma excelsa que se precie de tal; García Márquez, el insuperable “Gabo”, un genuino nobel, y en uno que otro, por entonces, novísimo, como Elena Poniatowska, Cristina Peri Rossi, Brayce Echenique, etcétera.

Diría, que en algunos casos, con seducción filo patológica, como me ocurre, hoy y únicamente, con Roberto Bolaño.

Sin embargo, por pura curiosidad, especialmente después de leer su espantoso discurso del premio Nobel, que entre una sensiblería barata y lugar común, se dio tiempo hasta para elogiar a Busch y su ignominiosa “guerra contra el terror” (la más grande mentira de los últimos tiempos) y a una tardofranquista Barcelona gris y triste, me he dado el (in-grato) trabajo de leer algunas de sus enjundiosas y variopintas crónicas dominicales del diario El País.

En ellas se ha dado toda clase de lujos, como es lógico. Hablando de todo(s) y de la nada misma, léase economía, política, series de televisión, literatura (menos), etcétera.

Tampoco ha faltado la crónica plagada de encomio destinada a su “amigo” el actual presidente chileno. ¡De antología! Imperdible, indigesta.

En la última de sus entregas al matutino prisista, junto con declarar abiertamente su intención de voto “por el partido que lidera Rosa Díez” (Unión Progreso y Democracia (UPyD) en las presidenciales del 20-N, “un partido claramente comprometido con las reformas genuinamente (neo) liberales (…) y estoy seguro que las defenderá con convicción en el Parlamento.” Grupúsculo, al cual le ve ¿en virtud de sus propósitos desreguladores y privatizadores?, como un insuperable aliado estratégico del Partido Popular (PP) si no obtiene la mayoría absoluta.

Se despachó a gusto con insólitos comentarios de esta índole: “el Partido Popular cuenta con el mejor equipo de economistas y las ideas más claras para enfrentar el difícil y sacrificado reto que será llevar a cabo las reformas radicales necesarias” (¿?)

Ignorando por completo que tales ideas sencillamente no existen o han estado ocultas cuidadosamente (disfrazadas) en un programa vago de calculada ambigüedad…

Los “Populares” coherentes con la apuesta de triunfo de su candidato de ganar, más que por ideas propias, por el (auto) desfondamiento del rival, a lo único que se han dedicado todo este tiempo es enrostrar majaderamente al gobierno zapaterista los casi cinco millones de parados. Sin proferir, en cambio, ni una sola propuesta de solución.

Porque ¡de qué las hay, las hay!

Con una retórica estéril (y vacua), del estilo de nuestro conocido “Súmate al cambio”, “Puedes confiar”, etc., manipula y miente descaradamente, señalando, además, la “una” y la “otra” cosa a la vez.

Pues, ¿qué representa sino la acérrima (supuesta) defensa que hace Rajoy del estado del bienestar y del fetiche del déficit al mismo tiempo?

El travestismo retórico y, al mismo tiempo, el odioso juego de máscaras del PP, alimenta de manera irascible el descrédito de los políticos, que la última demoscopia de confianza los pone, ni más ni menos, que compartiendo el último escalafón con los obispos y los banqueros.

Y por si fuera poco, la última encuesta del CIS (Centro de Estudios Sociológicos) señala que el 71.7% de los españoles declara “tener poca o ninguna confianza” en Rajoy; otro tanto expresan por Rubalcaba, que siguiéndole muy de cerca a su contendor, alcanza el 69.5% de la des-confianza ciudadana. ¡Dantesco!

Asimismo, con idéntico análisis, simplista y ramplón, con que el galardonado autor peruano se pronuncia respecto de la grave crisis que afecta al país, se refiera a las autonomías españolas.

A las que, con una insoportable irreverencia y desprecio de tufillo fascistoide, deja reducidas de modo infamante a la idea de opresión y al pretendido ideal aspiracional de desintegrar España, al más puro estilo de la “¡España única, grande y libre!”, del peor de los tiempos de este país.

Y, finalmente, metiéndose con los “Indignados”, les deja representados como una montonera anacrónica espoliada por grupos extremistas que promueve “la estatización y el dirigismo económico (¡qué horror!), y la sustitución de la legalidad de la calle y la acampada”. ¡Distorsión y manipulación pura de la realidad!

La verdad, es que resulta sorprendente que un “Nobel” escritor ose hablar de todo (y de nada) con una falta absoluta de responsabilidad, de seriedad y rigor.

No ha entendido, como diría Ray Loriega, que un escritor no tiene por qué comprenderlo, ni saberlo todo. Tan solo bastaría una parte de sí, para negar, sus afanes propagandísticos (necom) y atenuar su irrefrenable tentación a ponerse al servicio/disposición de la ignominiosa manipulación y la reproducción discursiva del poder.

Pedirle contribuir a la generación de una opinión pública educada, informada y activa, resulta inoficioso porque le acerca a la bondad, a la decencia y a la elegancia intelectual propia de lo que realmente debiera representar.

Al tiempo que traer a colación un viejo refrán popular, encargado de recordarnos que “todos tenemos pensamientos necios, solo que el sabio se los calla”. Vargas Llosa: ¡¿Por qué no te callas…?!

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