El planeta está en vilo ante la incertidumbre asentada en cada rincón de la tierra, donde la mortal pandemia acecha, sin que sepamos adonde nos llevará.
Sabemos que en las últimas semanas la preocupación está focalizada en la preservación y protección del ser humano. El COVID–19, este enemigo invisible que ha invadido nuestra vida, nos somete no solo a la cuarentena y cuidados extremos, sino también, a la reflexión y a saber escuchar el grito que, aprovechando nuestro silencio, hace sentir con fuerza, la madre tierra.
Este “mensaje de auxilio de la naturaleza”, como lo ha señalado el director de Medio Ambiente de la ONU, Inger Andersen, debe generar conciencia entre los seres humanos. Los cambios en las formas de convivencia social, el paradigma de la “nueva normalidad”, y los visibles efectos en la naturaleza y ciudades del mundo, invitan a repensar el verdadero impacto de nuestras acciones como seres inteligentes.
En este mes donde conmemoramos el día internacional de la tierra, constatamos, a nuestro pesar, que el COVID-19 está omnipresente en el mundo. Nos hemos encerrado en nuestros hogares, los colegios y oficinas han dejado de funcionar, el comercio ha bajado sus cortinas, muy pocos van de un lugar a otro y el aislamiento social es un hábito adquirido a la fuerza. Mientras, la naturaleza observa sabia e impávida el desarrollo de los acontecimientos.
Las consecuencias de la pandemia están siendo y serán, nefastas para las personas. Según estimaciones de la OIT, se podrían perder entre 5 y 25 millones de puestos de trabajo y ver pérdidas en los ingresos laborales del orden de 860.000 millones de dólares a 3,4 billones de dólares.
Las pequeñas y medianas empresas, los trabajadores autónomos y los colectivos que se sitúan en o cerca del umbral de la pobreza, serán los más afectados.
Sin embargo, ante el despertar de la naturaleza por la contaminación, el uso intensivo de los recursos naturales y el resultado de la baja en la actividad general que nos ha llevado la pandemia, nos alienta a reflexionar y tomar medidas con más fuerza y decisión a nivel político y social.
Debemos proteger, restablecer y promover el uso responsable de los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques y el agua de forma sostenible, luchar contra la desertificación y contaminación, detener e invertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológicas.
Estos son solo algunos de los desafíos permanentes que necesitamos, hoy más que nunca, comprometernos entre todos. No debemos olvidar que, de las 8300 especies de animales conocidas, el 8% está ya extinto y el 22% está en grave peligro de extinción. Y por supuesto, el ser humano es el responsable.
Se trata entonces, no solo de vencer a este enemigo invisible, devolviendo la seguridad en la salud de las personas, sino también, reordenarnos en un sistema que respete el ciclo de vida de la tierra, tomando conciencia de que nada sucede al azar, sino que todo tiene una causa y una consecuencia.
En definitiva, debemos escuchar el llamado de la tierra, porque el real enemigo del planeta, no es el COVID-19, sino más bien, cada uno de nosotros.
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