El clima es atingente y transversal a todas nuestras actividades, nuestra cultura, nuestra vida y nuestra sociedad. En los últimos 30 mil años, los cambios climáticos han sido de origen natural y, en general, con tasas de cambio que nos han permitido adaptarnos o, por último, cambiarnos de lugar y entorno.
Desde la Revolución Industrial en adelante, el “progreso” de la humanidad ha ocurrido a un paso tan acelerado y tan asociado al consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo y derivados) que hoy constituimos un agente comparable a las fuerzas geológicas que determinan el clima natural. De hecho, hay quienes sostienen que estamos en una nueva época geológica llamada Antropoceno y que hemos salido del Holoceno, es decir, de esos 20 o 30 mil años cuando la especie humana se consolidó como la especie maestra del planeta.
Como bien se ha concluido en la Conferencia de las Partes COP21 sostenida en París, el llamado es a descarbonizar nuestro modo de vida y hacerlo lo antes posible, como máximo dentro de un par de décadas. El apuro se desprende del grado de perturbación del sistema climático ya alcanzado y de los riesgos que se derivan de un clima que cambia tan rápidamente y que, en consecuencia, aumenta la vulnerabilidad de nuestras sociedades.
Entre los riesgos, aparecen los eventos hidrometeorológicos extremos, la propagación de vectores de enfermedades a zonas antes libres de ellas, las marejadas más intensas y frecuentes, impactos adversos sobre la salud física y mental, entre otros fenómenos.
Estas amenazas y sus encuentros con la población en los territorios pueden transformarse en desastres si no hay la suficiente preparación, conciencia, medios, redes, gobiernos y comunidades hábiles e inteligentes cuya vulnerabilidad no depende del lugar donde se nace, el apellido que se lleva o el ingreso que se tiene.
Y esto no es sólo cuestión de políticas públicas o de discusiones académicas. También son oportunidades de negocios en riesgo u oportunidades de nuevos negocios.
Tampoco se trata de sólo afinar la logística de las emergencias o de construir rompe olas más grandes o asfaltos más maleables o redes de comunicación más robustas. Al fin se trata de pensar, diseñar y construir el país y el desarrollo que queremos de modo de ser más resilientes ante un clima cambiante. Quizás así evitamos desastres socioambientales como el de Chiloé.
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