Con más de 3.600.000 kilómetros cuadrados de territorio marítimo, Chile es el 10º país en el mundo con mayor espacio oceánico. Como casi la mitad de los chilenos vivimos en la Región Metropolitana - la única región del país que no mira al mar - el océano parece una realidad ajena a nuestra vida cotidiana y con suerte nos acordamos de él cuando, ocasionalmente, vamos a la playa en época estival.
El océano es, sin lugar a dudas, uno de nuestros principales patrimonios económicos. Pero también es nuestro gran patrimonio ambiental, albergando la mayor biodiversidad de todos nuestros ecosistemas y absorbiendo gran parte del CO2 que producimos los propios chilenos.
El Presidente Piñera ha anunciado el propósito de hacer de la próxima Cumbre Mundial de Cambio Climático, que tendrá lugar en Chile a fin de año, una “COP Azul”, es decir, un encuentro en que el mundo comience a incorporar los océanos a la agenda climática, más allá de las innumerables iniciativas que denuncian y combaten su contaminación.
La Política Oceánica Chilena, promulgada en las postrimerías del Gobierno anterior, puso bajo protección el 42,4% de nuestra Zona Económica Exclusiva en el océano Pacífico, a través de la declaración de nuevas áreas marítimas protegidas.
Sin embargo, la entusiasta acción gubernamental no es garantía de una adecuada protección de nuestro mar, que debe equilibrar adecuadamente su cuidado medioambiental y las oportunidades económicas que significan para el país más de 4.200 kilómetros lineales de costa continental que miran hacia un espacio marítimo inmensamente mayor que la delgada faja de tierra que ocupamos los chilenos en el territorio continental.
Nuestra mirada “protectora” sobre el mar debe evitar transformarse en “proteccionista”. Si bien el primer objetivo de cualquier política pública sobre el océano debe ser el de la conservación de la biodiversidad y la calidad de las aguas, no podemos perder de vista la importancia que tiene el mar para nuestra economía y nuestras posibilidades de crecimiento.
El difícil equilibrio entre desarrollo económico y protección ambiental encuentra solución en la idea de sustentabilidad, que, partiendo del reconocimiento de que los seres humanos necesitamos de los recursos que nos ofrece el planeta, sólo respetando los ecosistemas y protegiendo su biodiversidad podremos mantener o “sostener” como el propio término indica, cualquier actividad económica en el tiempo.
Por eso es que, siendo Chile uno de los países con más territorio marítimo en el mundo, con toda la riqueza que eso representa, nuestra responsabilidad es mucho mayor. Buena parte de nuestra dieta y la de la mayoría de los países depende de alimentos que se extraen del mar.
El mar es también un campo abierto para el transporte de productos que recorren el mundo entero para satisfacer las necesidades de millones de personas.
Y lo que es tanto o más importante que todo esto, el océano y las algas que lo pueblan y que abundan en nuestras costas, son uno de los mayores sumideros de gases de efecto invernadero que nos permiten mitigar las emisiones que los seres humanos producimos en tierra.
El tiempo de las negociaciones climáticas se terminó y Chile deberá liderar los últimos debates pendientes para la implementación del Acuerdo de París a partir del próximo año. Por eso, cuando los científicos urgen a los gobiernos para acelerar la Acción Climática antes de que el calentamiento global se vuelva irreversible, ofrecer al mundo una propuesta de trabajo sustentable para los océanos, puede posicionar a Chile entre los líderes del nuevo orden climático que se viene.
No desaprovechemos esta nueva y enorme oportunidad que nos ofrece “ese mar que tranquilo nos baña”.
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