El 22 de marzo es el Día Mundial del Agua y un mes después el Día del Planeta, dos fechas consagradas por Naciones Unidas (ONU) que nos permiten reflexionar sobre los desafíos que tienen los países para compatibilizar adecuadamente el desarrollo humano con el cuidado del medio ambiente y los recursos naturales.
En esta línea, hay que recalcar que la pandemia del coronavirus ha dado un golpe profundo al proceso de implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por la ONU para los próximos 10 años.
Los 17 objetivos y 169 metas que la comunidad internacional espera alcanzar en el año 2030 buscan atender las necesidades de los grupos más débiles, como los países en desarrollo, los niños, las mujeres, los ancianos, los discapacitados, los pobres, los inmigrantes y los refugiados, entre otros.
Cada país debe examinar cómo puede contribuir a la implementación de estos objetivos, y en el caso de Israel el foco está en áreas como la salud pública, la agricultura, las energías renovables y, por cierto, el agua.
En relación con los recursos hídricos, no cabe duda que muchos lugares del mundo están pasando por un período de gran estrés, donde el ciclo natural de evaporación, condensación, precipitación, infiltración y escurrimiento, no parece ser suficiente para enfrentar el cambio climático, la alta demanda y las prácticas depredadoras.
En este contexto, el modelo desarrollado por Israel en cierta forma profundiza el ciclo natural del agua, proveyendo de herramientas tecnológicas, normativas y educativas, para restituir a la naturaleza su capacidad original de satisfacer las necesidades del ser humano, la flora y la fauna.
De hecho, en la actualidad, en Israel está plenamente vigente el Master Plan Hídrico 2050, que aborda en forma integral el uso y cuidado de este recurso a nivel nacional.
Entonces ¿cuáles son los elementos centrales del modelo que ha permitido a Israel pasar de la escasez hídrica a la exportación del vital elemento?
Lo primero es la toma de conciencia sobre la problemática hídrica, vale decir, entender que el agua es un recurso vital, pero limitado, que debe ser protegido desde los niveles iniciales del proceso educativo hasta las políticas públicas y regulatorias. Esto que parecer sencillo, puede ser un desafío de proporciones, particularmente en zonas que acostumbraban a tener agua suficiente a través de las lluvias, y que en los últimos años han visto una merma dramática en los niveles de precipitación.
Pues bien, una vez que se ha tomado conciencia, a nivel individual, social e institucional, resulta crucial una adecuada articulación de los distintos actores públicos, privados, académicos y ciudadanos. En el caso de Israel, esta misión está a cargo de la Autoridad de Aguas, entidad autónoma y empoderada, que es responsable de la coordinación de los actores involucrados en temas tan diversos como producción, calidad, distribución, tarifas, educación, investigación y otros.
Estos dos aspectos dan un marco inicial, que debe complementarse con estrategias concretas, para disponibilizar el recurso adecuadamente.
Por eso, un tercer eje del modelo israelí son las acciones destinadas a aprovechar de forma óptima el recurso disponible, y esto se ha conseguido de dos formas principales: Primero, con el uso eficiente del agua en los procesos agrícolas, que son por lejos los que demandan de un mayor consumo. Así, a través del riego por goteo, la agricultura de precisión, la vigilancia satelital de fugas y hasta la inteligencia artificial, se ha logrado sacar el mejor rendimiento a cada gota de agua. Y, en segundo lugar, la eficiencia hídrica se puede obtener a través de un afinado proceso de tratamiento y reciclaje, que en el caso de Israel permite actualmente reutilizar más del 90% del agua, la cual se destina según sus niveles de tratamiento a agricultura, industria, riego municipal e incluso a la recarga de acuíferos a través de un proceso de filtración natural.
Otro elemento es la generación de nuevas fuentes de producción de agua, desde acciones más bien experimentales, como la siembra nubes, hasta un proceso ya validado en todo el mundo, como la desalinización del agua de mar. Cabe destacar que, en Israel, el uso de agua de mar desalinizada se realiza a gran escala, y ya provee más del 60% del recurso destinado al consumo humano, logrando además uno de los precios más competitivos a nivel mundial. Y, más aún, aunque en un comienzo se pensó que el agua desalinizada sería demasiado cara para el uso agrícola, actualmente estas barreras han caído, producto de la eficiencia en la producción, a través de modernas plantas de osmosis inversa, y en la irrigación, a través de la agricultura de precisión.
Y, por último, cabe mencionar el compromiso de Israel de innovar con sustentabilidad, para producir nuevos recursos hídricos, para cuidar los que existen actualmente y para una gestión eficiente y socialmente responsable de los distintos procesos que se desarrollan en el ciclo hídrico.
Y si bien este es el granito de arena, o mejor dicho el granito de agua que aporta Israel al desafío hídrico, no cabe duda que para un impacto global no es suficiente el compromiso de los gobiernos, y se necesita la participación activa de cada uno de nosotros.
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