En Chile se conmemoran diversas efemérides ambientales, al igual que en muchos países. El pasado 24 de octubre, por ejemplo, fue el Día Internacional contra el Cambio Climático, una de las múltiples fechas directamente relacionadas con el clima e, indirectamente, con la llamada triple crisis planetaria, que abarca el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación.
Es comprensible que cada efeméride tenga su propio día, el Día de la Diversidad Biológica, el Día sin Plásticos o el Día sin Automóvil. Sin embargo, el manejo de la triple crisis a nivel de política ambiental no puede pasar por alto que estamos frente a una sola gran crisis planetaria, indivisible, que no se rige por un calendario o fechas específicos durante el año.
No podemos enfrentar el cambio climático sin abordar simultáneamente la pérdida de biodiversidad, ni esta última sin reducir la contaminación. Son tres aristas de un mismo triángulo. Para desarrollar este argumento, me centraré en el cambio climático, que es la efeméride ambiental del mes de octubre.
Las emisiones de gases de efecto invernadero pueden -y deben- mitigarse mediante políticas públicas. Sin embargo, lo ya emitido no desaparece de la atmósfera simplemente por dejar de emitirlo. Son las plantas terrestres, las algas, las cianobacterias y demás organismos fotosintéticos los que absorben el dióxido de carbono (CO2), el gas de efecto invernadero más abundante y con mayor efecto en el calentamiento global, como parte de su proceso vital. Sin estos organismos, no existe otra forma natural de disminuir la concentración de este gas en la atmósfera.
Cuando disminuye la "masa verde" del planeta -ya sea por contaminación del suelo o del agua (crisis de la contaminación) o por sobreexplotación de los ecosistemas (crisis de la biodiversidad)-, se agrava directamente la crisis climática. La eliminación de vegetación no solo reduce la absorción de CO2, sino que además libera el gas que los ecosistemas han acumulado durante milenios. Si bien las plantas absorben el carbono a través de hojas y tallos, lo almacenan principalmente en sus tejidos no fotosintéticos, como troncos y raíces y luego este se acumula en el suelo.
Los otros dos gases de mayor impacto climático son el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N2O). El metano se produce naturalmente en ambientes como turberas y humedales, pero también es generado por los rumiantes durante la digestión. El aumento de la ganadería para consumo, por tanto, incrementa significativamente su concentración atmosférica. El óxido nitroso, en cambio, aunque también tiene origen natural, se ha visto potenciado por la agricultura intensiva y el uso excesivo de fertilizantes nitrogenados.
El uso indiscriminado de estos fertilizantes no solo incrementa los gases de efecto invernadero, sino que además contamina cuerpos de agua mediante el escurrimiento superficial de nutrientes, generando eutrofización, un crecimiento excesivo de algas y plantas acuáticas que deteriora la calidad del agua y favorece la proliferación de bacterias anaerobias. Este proceso conlleva serios problemas de contaminación de suelos y aguas, afectando la salud humana y los ecosistemas.
Un análisis simple como este basta para comprender que la triple crisis es, en realidad, una única crisis compleja que no puede ni debe abordarse desde perspectivas aisladas. Sin embargo, tanto en el ámbito político como en el científico, hemos tendido a enfrentarla desde ángulos separados.
A nivel internacional, existen dos instancias científico-políticas: el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), con sus propios comités, reuniones e informes, y el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), que actúa de forma paralela. Si reconocemos lo profundamente interconectadas que están estas crisis planetarias, sería deseable que científicos y responsables políticos decidiéramos actuar de manera conjunta y tratar esta crisis como lo que verdaderamente es: un problema global e interdisciplinario que exige respuestas integradas.
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