Cada verano, mientras los noticieros muestran imágenes de voraces incendios forestales afectando bosques y poblados, somos testigos de un festival de opiniones cruzadas que buscan analizar el fenómeno desde distintas miradas.
Por una parte, está el mensaje llamando a cambiar el modelo de monocultivos forestales que estaría detrás del incremento en la intensidad de los incendios. Ese cambio consistiría en diseñar "paisajes más resilientes", lo que se entiende como paisajes más heterogéneos, dado que la homogeneidad de las plantaciones favorecería la propagación de los incendios. La heterogeneidad consistiría, entre otras medidas, en agregar superficie de vegetación nativa y aplicar una planificación territorial que establezca superficies máximas de ciertos usos en una cuenca. Este mensaje no criminaliza los árboles, pero sí pone énfasis en los sistemas de cultivo y su necesaria adaptación al cambio climático. En general, omite cualquier otra consideración.
Luego están quienes derechamente culpan a los árboles por quemarse. En este grupo están los que acusan a los pinos y eucaliptos de ser verdaderos polvorines susceptibles de generar una tragedia en cualquier momento. Denuncian que estas especies poseen mayor propensión a la ignición y las califican de pirófitas. Esta teoría surge en la década del '70 de la mano de Robert W. Mutch, quien sostuvo que en ambientes donde prevalecen los incendios generados por causas naturales la mayor inflamabilidad de las especies es producto de la selección natural que lleva a desarrollar características de inflamabilidad. Esta hipótesis, sin embargo, no puede ser probada. No existe ninguna evidencia de que estas u otras especies hayan evolucionado para desarrollar rasgos "con mayor propensión a la ignición". Las plantas no habrían evolucionado para inmolarse. Las especies pirófitas son las que se benefician de los incendios, no las que los provocan, porque ningún árbol provoca incendios.
En tercer lugar, se encuentran los servicios públicos que, en general, son cautos a la hora de asignar responsabilidades y apuntan al cambio climático como argumento causal. Abordan el fenómeno desde una mirada técnica, más centrada en la prevención y el combate, absteniéndose de opinar o confrontar a los grupos anteriores.
Finalmente encontramos a quienes, reconociendo el contexto del cambio climático, denuncian el origen intencional de una parte importante de estos incendios y, por lo tanto, apelan a respuestas más allá del ámbito técnico, llamando a las autoridades a que reconozcan el incremento de la intencionalidad como causal de los incendios y de esta manera generar estrategias para enfrentarla.
La confrontación permanente entre estas miradas, entre quienes responsabilizan a los árboles por quemarse, quienes quieren cambiar el modelo de monocultivos y finalmente quienes apuntan al origen delincuencial del fenómeno, no permite contar con un enfoque consensuado y, por lo tanto, una estrategia integral de actuación.
El cambio climático, con el aumento de temperaturas y déficit de precipitaciones que conlleva, es un contexto indesmentible para explicar el fenómeno de los incendios forestales, pero las condiciones climáticas no generan incendios, sólo favorecen su propagación. En Chile, el fuego tiene origen humano y de ese origen la intencionalidad explica cada vez un mayor porcentaje, llegando al 80% en algunas comunas de la Región de La Araucanía. Además, en los últimos años se han incrementado los ataques armados contra brigadas terrestres de combate, contra bomberos y contra aviones y helicópteros, lo que muchas veces impide el acceso a los predios que están siendo incendiados de manera intencional.
Esta situación es ignorada o relativizada por quienes culpan a los árboles o al modelo forestal de que se produzcan incendios. No debe sorprender la parcialidad del análisis, cada actor que opina tiene su agenda y busca la oportunidad de comunicarla.
Desde hace años somos testigos de una corriente muy activa de estigmatización de los cultivos forestales con especies introducidas, que aprovecha la sequía o los incendios, incluidos los intencionales, para levantar una agenda "verde", entendida esta como decrecimiento o desmantelamiento de la actividad forestal productiva. Ellos no dirán que es desmantelamiento, pero en la práctica acusan tal magnitud de impactos y buscan instalar tal cantidad de regulaciones que terminarían haciéndola inviable. La concentración de incendios en plantaciones forestales la interpretan como una clara evidencia del riesgo de estos cultivos, sin detenerse a pensar que la focalización de la intencionalidad se da precisamente en las plantaciones, por lo que cualquier comparación con la incidencia de los incendios en bosque nativo es espuria.
El debate forestal, sea sobre incendios, agua o cambio climático, siempre termina en una batalla de opiniones cruzadas que obstaculiza cualquier avance tendiente a lograr una mejor gestión forestal. El principal desafío que tenemos por delante es precisamente unificar, en lo que sea posible, la mirada que tenemos sobre estos fenómenos.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado