A propósito de los últimos episodios de preemergencia ambiental en Santiago y el sur de Chile, el subsecretario del Medio Ambiente, Marcelo Mena, planteaba con justificado orgullo que nuestro país muestra una de las redes más densas de monitoreo de calidad de aire de América del Sur y el Caribe.
Sin embargo, para diseñar mejores políticas públicas debemos mejorar la comprensión de los procesos subyacentes a la contaminación atmosférica realizando caracterizaciones fisicoquímicas del material particulado, especiaciones de hidrocarburos, y analizando la distribución vertical de contaminantes, viento, temperatura y precipitación, entre otros estudios y mediciones. Historias similares se pueden contar acerca del monitoreo hidrometeorológico, volcánico, sísmico y oceanográfico en Chile.
Algunas cosas se han venido haciendo en base a actividades académicas las del (CR)2: boya oceanográfica, perfilador de viento, fotómetro solar y también desde instituciones gubernamentales.
A menudo encontramos dificultades para la mantención de equipos por tiempos prolongados, como los necesarios en los estudios climatológicos, pues a los proyectos, por su naturaleza, y a las instituciones gubernamentales, por consideraciones presupuestarias, les resulta difícil sostener gastos operacionales y logísticos por decenas de años. No obstante, para unos y otros, contar con esa información es imprescindible si se quiere prevenir desastres o “simplemente” entender los rápidos cambios de nuestro mundo. Otras dificultades se derivan de la insuficiente coordinación entre las instituciones que se manifiesta, por ejemplo, en la ausencia de plataformas de información comunes.
Por otro lado, si bien el sector público ha ido incorporando de manera creciente profesionales universitarios con pos grados académicos que les permiten una mejor comunicación con la ciencia y el conocimiento de frontera, esto es aún muy variable entre reparticiones y, a veces, lleva a la subutilización de capacidades instrumentales instaladas.
En este contexto, es perentorio dotar a nuestros servicios de capacidad científica tanto en cuanto a personas como instrumental. Y aunque sea de perogrullo, a menudo se olvida que la capacidad del personal y de los instrumentos debe ir a la par.
Chile requiere potenciar sus capacidades observacionales para mejor entender los múltiples fenómenos que le afectan y para diseñar políticas públicas eficaces que nos hagan más resilientes.
Y si eso no fuera suficiente motivación, nuestra “loca geografía” nos hace una plataforma excepcional para el mundo. Es hora de pensar estratégicamente y hacer las inversiones que se requieren.
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