En Chile habita un escarabajo cuya descripción podría inspirar a un guionista de películas de alienígenas. Esta especie única en el mundo, que vive en bosques entre el sur de la región de Coquimbo y el norte de La Araucanía, y desde el nivel del mar hasta la precordillera andina; se caracteriza entre otros rasgos por su marcado dimorfismo sexual ya que la hembra puede llegar a medir entre 7 y 10 centímetros, mientras que el macho entre 4 y 5 centímetros. Ella no vuela, pues tiene sus alas soldadas a su exoesqueleto; en cambio él es un volador. La hembra es de hábitos diurnos mientras el macho es nocturno y crepuscular; régimen que tal como lo dicen algunas canciones, les da poco tiempo para tener sexo.
De esa breve pero bien aprovechada oportunidad, ella una vez fecundada deposita sus huevos en un tronco seco a través de un órgano especializado de 5 centímetros de longitud cuya operación telescópica bien podría ser la envidia de un diseñador industrial. Los huevos parecidos a un grano de arroz eclosionan alrededor de los 40 días y entonces cada larva comienza a alimentarse del troco durante 5 o 6 años, llegando a alcanzar el tamaño de una salchicha, aspecto que en el campo le hizo ganarse al Acanthinodera cumingii, el nombre vulgar de Madre de la Culebra.
Una vez llegado al estado adulto, machos y hembras abandonan el tronco que les sirvió de alimento y guarida con el único objetivo de aparearse. Es decir, con lo comido durante el estado larvario les basta para prescindir de forraje en los restantes tres meses de vida activa, dejando de existir como individuos al cabo de dicho trimestre, con el mérito de haber degradado significativos volúmenes de madera.
La historia podría concluir aquí, pero no es así. Debido a la reducción de los bosques nativos y a la proliferación de árboles exóticos, este bicho -corriendo el riesgo de extinguirse al cambiar su ecosistema natural- se las ha arreglado para sobrevivir adaptándose a troncos de especies introducidas. Es decir, la hembra continuando con su fidelidad a los árboles nativos que los ocupa en su estado larvario una vez ellos muertos para alimentarse y jamás cuando están vivos, ha utilizado restos de pino y eucaliptus para depositar sus huevos, cuyas larvas al alimentarse ahí, contribuyen a una más rápida degradación de esta madera.
Considerando la cantidad de desechos de madera que se generan en Chile, y de los cuales -según el Informe del Estado del Medio Ambiente de 2016- solo 5% es valorado como reciclaje, esta especie de escarabajo puede tener un rol insigne en el patrimonio natural de la nación. En efecto, a esta joya evolutiva se le puede disponer de esos restos de madera que en la Zona Central nadie quiere, para que en ellos se alojen los huevos y aceleren su descomposición.
Ciertamente existe madera en desuso cuyo volumen y peso la hacen un estorbo y que, sin tener tratamiento químico nocivo, puede ser destinada a la Madre de la Culebra como "máquina natural" de procesamiento de material leñoso, para que la larva viva y ahí haga lo suyo.
Tal gestión tendría dos efectos positivos: por una parte el aumento de la oferta de comida y cobijo a una especie única en el planeta cuya población está en riesgo y por otra la aceleración de la degradación de los desechos de madera provenientes tanto de la industria forestal como de la construcción.
Con este proyecto se contribuirá a mantener la valiosa función que la Madre de la Culebra ha venido haciendo durante millones de años, mucho antes que en Chile aparecieran otros animales que ocupan el alma nacional y que en algún momento compartirán sus puestos de privilegio para darle cabida a un nuevo protagonista.
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