Coronavirus y cambio climático, una relación difícil

En las últimas semanas, se han viralizado en redes sociales imágenes de los efectos colaterales del coronavirus en distintas metrópolis del mundo. Los canales de Venecia limpios, las calles de Nueva York vacías, animales por las calles española, incluso las mediciones de calidad del aire en Santiago como en Londres, Roma y París muestran reducciones en los índices de material particulado producto de las cuarentenas voluntarias de hasta un 30%.

La desaceleración económica como resultado del coronavirus no sustituye a la acción climática. Las mejoras locales son momentáneas, siendo demasiado pronto para evaluar el impacto en las concentraciones de gases de efecto invernadero que se vienen acumulando en la atmósfera desde la Revolución Francesa.

Una cosa es una enfermedad, que todos esperamos sea temporal y que tenga un impacto transitorio, y otra es el cambio climático, que ha existido durante muchas décadas, que permanecerá con nosotros durante lustros y que requiere de una atención constante, debido al gran daño que se le ha producido al ambiente.

Todo dependerá de cuanto duren las medidas excepcionales de contención contra el COVID-19 y de los estímulos económicos que se adopten posteriormente, pero no hay un consenso entre expertos que pronostique una reducción significativa de las emisiones globales para este 2020.

Las estaciones claves de monitoreo de los niveles de CO2, en lo que iba de año, reportaban niveles más altos que en 2019, por ejemplo.

Esto ocurre porque los combustibles fósiles, principales responsables de los gases nocivos, continúan siendo la principal energía que mueve a la economía mundial.

Si ésta última se detiene, como ha ocurrido parcialmente con China (productor un cuarto de las emisiones mundiales), cae el consumo de carbón, gas y combustible, por tanto, disminuyen también el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, como reportó Carbon Brief sobre el mes de febrero. Sin embargo, esa caída temporal está sujeta a la duda de si ese descenso será compensado o revertido con las respuestas que ofrecerán los gobiernos a la crisis.

De hecho, la posibilidad de un efecto rebote en las emisiones es algo bastante probable. Los datos nos dicen que durante la crisis financiera de 2008 se apreció una reducción mundial del 1% de las emisiones de dióxido de carbono. Pero ellas se recuperaron al siguiente año, y el crecimiento durante los dos años que siguieron a la crisis fue excepcionalmente alto, debido a los estímulos económicos que se aprobaron para hacer crecer la producción.

Es más, en el “Informe anual sobre el Estado del Clima Mundial” presentado hace unas semanas por la Organización Meteorológica Mundial, se resaltan las señales físicas de alerta por el cambio climático, como el intenso calentamiento y acidificación de los océanos, un nueva marca en la subida del nivel del mar, el descongelamiento de los hielos en Groenlandia y Antártica, y los continuos fenómenos meteorológicos como tormentas, sequías e inundaciones, acentuado por los incendios de Australia. Todo esto redundó en un 2019 que terminó con una temperatura media mundial 1,1°C por encima de los niveles preindustriales estimados, un valor superado únicamente por el récord de 2016.

Por ello, tal como señaló acertadamente António Guterres, Secretyario General  de Naciones Unidas, no vamos a combatir el cambio climático con un virus. No es correcto sobreestimar los efectos de la pandemia en la reducción de las emisiones mundiales, como tampoco lo será obviar las normativas ambientales cuando la crisis sanitaria se supere. El coronavirus no puede ser utilizado como una excusa para retrasar las políticas de transición ecológica en los países más desarrollados.

La lucha contra el calentamiento es contra la desigualdad, razón por la cual siguen siendo imperativos planes contundentes de recorte de emisiones, de cara a la COP26 en Glasgow.

Hasta ahora, solo las Islas Marshall, Surinam, Noruega y Moldavia han entregado su propuesta. La de Chile estaba siendo revisada por el Consejo de Ministros para la Sustentabilidad y se esperaba su pronta publicación, pero dicha fecha ha quedado en la incertidumbre producto de la contingencia.

Se requiere un esfuerzo colectivo y duradero mucho más intenso que una cuarentena de semanas, lo que nos pone en perspectiva de lo enorme que es el desafío climático. Que la crisis nos traiga la oportunidad de acelerar el tránsito a energías renovables, de potenciar la economía circular, reducir el consumo de materias primas y alcanzar una sociedad más justa, es el horizonte.

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