El compromiso

Marcia Scantlebury
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Reconozco que cuando me siento frente a una hoja de papel en blanco me cuesta mucho escribir sobre abstracciones. En mi carrera, desarrollada fundamentalmente en la prensa escrita, he entrado a los temas a través de las personas y de sus historias más que por vía de datos y cifras puras y duras.

Me parece que la información es indispensable, pero, a mi juicio, debe ir después de sensibilizar a los lectores, auditores o televidentes con lo que ocurre a seres de carne y hueso que son afectados o bendecidos por lo que sucede y los periodistas queremos contar o denunciar.

Felipe Camiroaga fue el mejor mediador entre las noticias y la gente. Profundamente original, en un país donde imperan los grises y las normas, fue capaz de conectarse con su público siendo el que era y nadie más.

Sin falsearse, transmitió cercanía y complicidad a Michelle Bachelet y al último y anónimo habitante de Juan Fernández. Fue un niño adolorido por una infancia dura, un adolescente obstinado y un adulto seductor y exitoso.

Felipe Camiroaga cambió mil veces de piel y compartió con los televidentes sus innumerables dimensiones y facetas. Consiguió ser el personaje más público y, a la vez, el más privado porque defendió a brazo partido su intimidad.

En un país donde los personajes se toman demasiado en serio, donde proliferan las farmacias y los sicólogos hacen su agosto, sintonizó con la necesidad de los chilenos de sonreír mostrándose liviano y frívolo en el Buenos Días a Todos o en Viña, en su rol de Luciano Bello. Sin embargo, cuando los temas lo ameritaban Camiroaga, nunca cayó en la banalidad.

En un Chile donde languidecen los proyectos colectivos y campean el relativismo moral, la “neutralidad” y el “no soy de aquí ni soy de allá”, Felipe Camiroaga no dudó en compartir con los chilenos su amor por los animales y por el medio ambiente, oponiéndose públicamente a proyectos que consideraba nefastos.

Suscribió las demandas de los jóvenes que hoy no simpatizan con los partidos políticos, pero que, sostenía, no por eso han abandonado valores. Y aún sabiendo que esto podía perjudicarlo, transparentó sus preferencias políticas, convencido de que estas no tenían por qué afectar su objetividad profesional.

El conductor más querido del país suscribió con entusiasmo el proyecto de televisión pública que estaba convencido de que Chile necesitaba. Así, cuando su estación televisiva atravesaba un tiempo difícil y algunos ejecutivos y rostros sucumbían a los cantos de sirenas de otros canales, él decidió quedarse.

Ante las jugosas ofertas que se le hacían en nuestro país y el extranjero, declaró con un hilito de picardía que se quedaba porque TVN era su canal y en él tenía su propio estacionamiento. Felipe Camiroaga murió cumpliendo la misión de TVN que implica llevar información, cultura y entretenimiento a los lugares más recónditos de nuestra geografía.

Yo confieso que, quizás por ser la única mujer en el Directorio del canal público, me permito pequeñas licencias. Entre ellas, haber sido una fan explícita de esa magnífica persona y profesional que fue Felipe Camiroaga.

Cuando se quemó su casa en Chicureo le escribí unas palabras de consuelo sugiriéndole que a veces estas tragedias pueden ser oportunidades para vivir nuevas vidas. El me respondió de inmediato agradeciendo con cariño. Algunos días más tarde me lo encontré en el estacionamiento de TVN. Frenó bruscamente y me abrazó. “Quisiera que nos tomáramos un café para hablar de tu mensaje ” , me propuso.

Ese café fue un compromiso y lo estoy esperando.

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