Entiendan, gobernar es comunicar (II)

La renuncia del Director de la Secretaría de Comunicaciones, Germán Berger Hertz, pone otra vez en el tapete el polémico y no resuelto, ni siquiera asumido, problema de las carencias comunicativas en la gestión gubernamental.

Recordaba en estas mismas columnas que en el reciente encuentro programático del Partido Demócrata Cristiano propuse, y no es la primera vez que lo hago, que las comunicaciones sean protagonistas en las propuestas de gobierno.

Pero no como política auxiliar y secundaria, por muchos recursos que se le asignen. Se trata realmente del desafío de un profundo cambio en nuestra cultura política.

Convengamos antes una definición de comunicaciones.

Nuestra experiencia en el colectivo periodístico de Radio Balmaceda, y bajo el liderazgo intelectual del desaparecido colega y amigo Javier Rojas Urzúa, hizo que ya a fines de la década de los 70, superáramos la definición tradicional y muy autoritaria que hablaba de comunicación igual emisor-mensaje-receptor. En esa época instalamos la noción de que comunicación en una sociedad democrática es necesariamente una relación dialógica.

Esa “relación dialógica” hay que instalarla en todo el quehacer de Gobierno y en toda política democrática como una cláusula obligatoria. Hablo de la estructura del Gabinete, la orgánica del sistema Gobierno, de la elaboración y aplicación de su programa y de cada política pública sectorial.

También hablo de la necesidad de establecer el modo “relación dialógica” en todo el quehacer del Poder Legislativo, del Poder Judicial, los partidos políticos, las organizaciones sociales y ciudadanas.

Esta modificación apunta a democratizar toda nuestra sociedad, pero especialmente la función de gobernar.

Se requiere de un nuevo tipo de esfuerzo intelectual y de mucha voluntad política, pero más temprano que tarde deberemos dar este salto.

El episodio de la renuncia de Berger es un capítulo más de esta tragicomedia de la transición - Concertación, primero, y del proceso de reformas – Nueva Mayoría, ahora, cuyos líderes y gestores no han advertido esta nueva condición sine qua non. Y si la advirtieron, no la han asumido seguramente porque no saben qué y cómo hacerlo.

Recordemos. Ya no es posible negar la importancia que tienen las comunicaciones en la vida diaria de la ciudadanía. El vertiginoso desarrollo de la tecnología y la profunda penetración de las redes sociales en la formación de opinión política tienen de cabezas a las cúpulas políticas.

La élite no advierte que no sólo está en riesgo un período de gobierno o un escaño parlamentario.

Nuestro Estado democrático también sufre una crisis creciente de credibilidad y adhesión ¿Qué esperamos para entender y actuar? 

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