Pocas veces se cumplen las expectativas y esta vez sucedió. Cuando habla el pensamiento, cuando se liberan las trabas, cuando las cosas no se disfrazan y se cuentan como son, los que nos hemos sentado a escuchar nos sentimos privilegiados.
Es lo que acaba de suceder durante los tres días que duró el Congreso Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras, donde profesionales del país y del extranjero contaron sus vivencias, dieron sus puntos de vistas sobre verdad y mentira, sobre independencia y poder, sobre historias personales y colectivas.
Todo partió con Jorge Lanata, invitado inaugural y con una amenaza de funa que no ocurrió y que nos tenía preocupados a todos, incluso al anfitrión, la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica. El título del seminario era su tema: periodismo, transparencia y democracia, y navegó por ellos, como acostumbra, fácil, seguro y entretenido. El salón de honor, con cabida para mil personas, se repletó.
Lo interesante es que los paneles que sucedieron a la inauguración, en salones para 200 personas, se llenaron también, día tras día. El rol del periodista, el nuevo escenario mundial, innovación y emprendimientos, la influencia de la tecnología… suma y sigue.
Con figuras como la colombiana Juanita León y su premiado blog “La silla vacía”; la norteamericana Janine Warner, de Sembra Media; Sarah Gibson, de la BBC; Jenny Pérez, de la Deutsche Welle. Todas ellas acompañadas por destacadas periodistas chilenas de todas las disciplinas mediáticas.
También estuvo presente la literatura, con El legado de Gabriela Mistral, el boom de las editoriales independientes y la encrucijada de la literatura en la era digital.
Pero punto aparte amerita el panel “En el frente de batalla, cobertura de grandes conflictos”, que emocionó a los presentes hasta las lágrimas.
Allí estuvieron la colombiana Salud Hernández, víctima de secuestro por la guerrilla y apoyadora del No en el plebiscito por la paz; el peruano Gustavo Gorriti, quien cubriera la insurrección de Sendero Luminoso y sufriera también aislamiento y violencia física; la israelí Jana Beris, quien ha vivido en carne propia los más feroces atentados en su región (“cuando quise ayudar a los heridos de un bus que explotó a pasos de dónde me encontraba, vi gente congelada de miedo que no podía moverse ni para salvarse, y me cayó encima un pedazo de carne que no atiné a sacudirme hasta no volver a casa, esa angustiosa noche que no olvidaré jamás”), y la italiana Giuliana Sgrena, víctima de secuestro en Irak y con secuelas emocionales que compartió con nosotros como si formáramos parte de su propia familia.
“Cuando mi liberaron”, contó, “el joven soldado que me sacó de allí (el número dos del Servicio Secreto italiano), me metió en un vehículo que enfiló a toda velocidad hacia el aeropuerto de Bagdad, pero entonces los norteamericanos dispararon a nuestro auto…El muchacho me cubrió con su cuerpo y él perdió la vida… No he vuelto a ser la misma después de ese día ”.
Uno vuelve a sentir orgullo de ser periodista, de reportear, de no contar las horas del día ni de la noche, de informar sin miedo, de emocionarse con la propia profesión. Un privilegio.
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