Esta mañana llegó a mi Whatsapp un artículo del periódico “El Mundo”, con motivo de los 40 años de la Constitución española que se firmó en 1978, pocos años después de la dictadura de Franco.
Puedo leer entre líneas el orgullo que sienten, al haber conseguido a través de un proceso constituyente propio y único de España, una Constitución, sólida y democrática, creada por el abrazo fraterno de todos los sectores políticos, de derecha, de centro e izquierda, quienes entendieron que para poder superar los turbulentos años que azotaron al país con la dictadura de Franco, debían dejar de lado los rencores, fundirse en un abrazo, llegar a acuerdos de Estado, siempre pensando en el bien común de los españoles.
Es ahí en ese punto, donde la solidaridad de las diferentes fuerzas políticas fue capaz de superponerse al egoísmo y a la lucha de poderes.
Sabían que sólo entendiendo esto, serían capaces de cambiar la historia de España.
Lo leía con sana y franca envidia, soñando que quizás algún día en Chile conseguiremos fecundar esa gesta. Sentirnos orgullosos de haber redactado y completado la Carta Magna chilena, sin los resquicios de los años más negros de la historia de nuestro país.
Me gusta soñar con un Tribunal Constitucional que vele íntegramente por los valores consagrados en nuestra constitución. Así como lo hace la española, por “la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político”, recogidos en el primer artículo de su Constitución.
Un Tribunal Electo por los tres poderes del Estado español, los representantes de los españoles en el Parlamento, el Consejo del Poder Judicial y el Poder Ejecutivo. Tribunal que se consagra como el máximo ente protector jurídico de la Carta Magna.
Miro con cierta envidia, reitero, envidia sana, la legitimidad que le otorgó el pueblo español a su Constitución como norma suprema.
La gran labor que lleva a cabo el TC para hacer posible el cumplimiento absoluto de los derechos y libertades, encargado de garantizar e interpretar la norma suprema, amparando la convivencia entre los españoles, en una nación entendida como multicultural, donde pocas semejanzas tienen los del norte con los del sur, los del este con el oeste. Por ello la importancia del TC, quien además vela por el cumplimiento de la integridad territorial y la solidaridad autonómica, reduciendo al máximo las desigualdades.
Como bien sostiene el artículo del Mundo, “no hay Democracia sin derechos pero tampoco puede existir Democracia ni derecho sin respeto a la ley democrática.”
En Chile deberíamos caminar hacia un Estado más equitativo, donde los territorios tengan competencias, derechos y deberes ecuánimes, no es posible que sigamos cayendo en la mítica frase “Santiago es Chile”.
Si nos paramos a mirar los presupuestos entregados a lo largo y ancho del país, podemos ver regiones como la del Maule - región que represento - tiene un crecimiento presupuestario de tan solo un 1%, cuando es sabido por todos que es uno de los territorios con mayor pobreza multidimensional.
¿Cómo podemos acelerar y empujar la economía de regiones duramente golpeadas por la cesantía y la falta de desarrollo, sosteniendo un crecimiento presupuestario paupérrimo?
El Maule es sólo un ejemplo, para efectos de que entiendan la complejidad del tema, pero esto le ocurre también a muchas otras zonas de nuestro país, un país democrático, donde se supone que todos los chilenos independientemente del territorio en el que viven, deben tener igualdad de derechos.
Pues finalmente como decía Justiniano: “ La Justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho”.
Sólo entendiendo esto, Chile será capaz de construir un país más equitativo, más justo y solidario entre regiones.
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