Coescrita con Hernán García Moresco, licenciado en Educación en Matemática y Computación, diplomado en Big Data y diplomado en Ciencias Políticas y Administración Pública
Estando a firme ante el Servicio Electoral las candidaturas en los 4 niveles de elecciones populares que se efectuarán en octubre de este año 2024, y constatadas las diversas combinaciones logradas por los partidos políticos para tal efecto, es que importa preguntarse otra vez por la necesidad de ajustar el sistema político vía reforma a la ley del sistema electoral, como también la de partidos, dada la diversidad de "acuerdos" que presentan las diferentes organizaciones políticas, partidarias y de independientes.
Por lo menos, la pregunta se viene repitiendo insistentemente en el mundo legislativo-congresal, entre otras coberturas, dadas las variaciones o cambios de sector que la/os "representantes" electa/os se permiten de un día para otro, pudiéndose traducir esto en ingobernabilidad o falta de concurrencia presencial que se crea en ambas cámaras, con más intensidad en la de diputada/os, cuando hay que "legislar-crear" políticas públicas, además bien cansina en este último tiempo.
Un primer problema son las dificultades para lograr acuerdos entre representantes que se "representan a sí mismos" vs. "bancadas de representantes agrupados por partidos", proyectando poca seriedad hacia el ejercicio de la política, cuando se constata el acto de "migrar" de un sector a otro. A propósito de lo anterior, conviene indicar, en tono irónico quizás, que quienes luego de ser electa/os por un partido o agrupación política y abandonan esas plataformas para irse a otras, junto con dejar a sus electores a la deriva y, de paso, menoscabando la actividad política, lo harían convencida/os que sus votaciones obtenidas son producto exclusivo de sus méritos y virtudes individuales. Dicho de otra forma, la autorreferencia o sobrevaloración de la persona y, por ende, sus intereses terminan primando por sobre los intereses colectivos ante sus representados.
Pero si ampliamos la mirada, podemos encontrar las autoreferencias en otras escalas de representación (alcaldías, concejalías, gobernaciones y consejerías regionales), tanto en elecciones uninominales como proporcionales. No es solo atribuible el problema a la/os legisladores-congresales, que son una parte importante, pero también proyectado a cada sesión de un consejo regional o un concejo comunal. Finalmente, se podría indicar que es una de las materializaciones de la individualización de la política, que con los sistemas electorales y partido vigentes no hace más que exacerbarse.
Si, además, consideramos que en el contexto electoral actual el proceso de acuerdos regionales no logró decantar y se impidió materializar el compromiso inicial del oficialismo -en orden a presentar una sola postulación en los cargos uninominales- "consagrándose" con ello el riesgo de elegibilidad de gobernaciones regionales que, sin perjuicio de ejecutar una mejor expresión de la democracia electoral ofreciendo a la ciudadanía "más rostros" en la primera vuelta, profundiza un efecto polarizador, desafiando alcanzar acuerdos para la segunda vuelta; lo que no es garantía de éxito si es que se logran. Así, el incentivo por no pactar en la primera vuelta vs. resolver en segunda vuelta la situación se transformó en regla, y además transversal en el sistema de partidos. Por ello, la esquiva y necesaria "unidad" no se alcanza en ninguno de los sectores políticos del país. Ante esto, la discusión de ideas o de acuerdos programáticos se verá luego.
Así las cosas, en cada sector se establecen alianzas de poder más que de programas que aporten a la ciudadanía respecto de los problemas y/o demandas propias de cada territorio. Redundando en no ayudar a mejorar la imagen de la actividad política, más bien la hundiría. Expresiones de alianzas al estilo "Lista del Pueblo" -como la que se presentó en el proceso constitucional de 2021- son voces parciales que pudieron irrumpir en el imaginario sociopolítico como una expresión para cambiar la política, terminando en el desdibujamiento de las opciones de los propios independientes que, de forma mayoritaria, habitaron ese proceso coalicional.
Agregar que en este proceso electoral 2024 apareció un autodenominado centro político, conformando una lista denominada Centro Democrático (Amarillos por Chile, Demócratas); sumándose la/os postulantes del Partido de la Gente (PDG), tomando el camino propio para este proceso electoral. Además de los independientes en general, expartidarios de algún sector o exhabitantes de algún partido. Lo anterior da cuenta de la diversidad de partidos políticos constituidos (23 a la fecha), más 4 en proceso de formación ante el Servel; traduciéndose ello en la conformación de 26 listas que la/os ciudadana/os tendrán que seleccionar para emitir 4 votos.
Entonces, si para la ciudadanía será complicado elegir, de hecho en el presente 49% de los electores aún no tendría claro su voto (Pulso Ciudadano, agosto 2024); con mayor razón resulta complicado proyectar como ciudadano/a que un concejal/a electo/a en una lista distinta al alcalde/sa de la comuna lo /la apoye en el futuro. Pues, se presentan en líneas diferentes.
Claro, podríamos indicar de forma más precisa, señalando que "líneas" o letras diferentes es un elemento real, pues las diferencias actualmente son un imaginario social donde referenciamos a los sectores políticos según lo que la tradición indica: las derechas representan a los empresarios y las izquierdas a sectores populares. Pero la discusión de fondo respecto de los ideales, valores y expresiones que cada sector busca, no están delimitados.
Dicho así, la base de los acuerdos está en el poder y no en los programas. Esto no es desechar las ideas o su dinámica vs. los proyectos programáticos, es la necesidad de cambios en la expresión política para basar el acuerdo, en función de proyectos que la ciudadanía requiere, ¡que los territorios requieren!
Por ello, mantener la idea basal que todo representante electo se debe a sus electores es anular la representación partidaria y dejar a estos últimos como mero instrumento administrativo para acceder a los cargos. El representante electo por un partido debe adscribir a UN ALGO (ideales) del partido que utiliza como instrumento, por ende, dejar el partido es dejar el cargo y las ideas. Es decir, los cargos deben ser de los ciudadanos, no de los electos; deben ser DE las ideas colectivas. Esto generaría menos dispersión e interés por conformar bancadas propias y, así fortalecer el tránsito hacia el valor de lo colectivo.
Si a ello se suma un umbral "mínimo" para ser partido, ayuda a que sectores con baja representatividad puedan buscar ejercer presiones a las mayorías. Esto se traduce en permitir que los electos de estas orgánicas adscriban como independientes o pasen a conformar las filas de otro sector, en el marco del proceso que dura su elección.
Ante esto, la democracia es un régimen o un ideal político siempre perfectible. Obliga al permanente monitoreo en sus resultados de su trabajo en favor de las personas, implicando modificaciones que apunten a disminuir la desconfianza hacia la política y lo político, ideario central de la convivencia de una nación que busca un marco de cohesión social, también, por medio de este expediente. La prudencia en el análisis parece ser buena consejera en esta oportunidad (siempre lo es), no buscando soluciones mágicas o reactivas. Por ende, se deben fortalecer los ideales colectivos por sobre los proyectos individuales. Así, la respuesta a la pregunta inicial es que habrá que obrar comprensiva y lo más transversalmente posible para optimizar el sistema político de representación desde lo programático y colectivo.
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