Recordábamos el otro día con una amiga la serie danesa "Borgen". ¿Por qué una serie sobre los entretelones del poder en una lejana democracia escandinava resonó tanto en nuestras sociedades, particularmente entre sus clases medias y sus élites? Su atractivo surge, precisamente, de la distancia entre ambas realidades: contemplamos en "Borgen" el espejo de lo que nuestras democracias podrían ser, pero no son.
Lo que cautiva es la representación de una gobernabilidad democrática que funciona y no solo la trama o las vicisitudes de sus personajes. En "Borgen" se desarrollan conflictos intensos, los personajes defienden con energía sus intereses y todo ello ocurre, mágicamente, dentro de un marco institucional que nadie cuestiona fundamentalmente.
La primera ministra Birgitte Nyborgnegocia cede y construye acuerdos, pero lo hace en un sistema donde las reglas básicas son respetadas por todos los actores. El poder se ejerce con limitaciones claras, en un formato poco pomposo y las crisis se resuelven dentro de los canales institucionales.
Mientras tanto, en nuestra región, la institucionalidad democrática parece un envase frágil que apenas contiene de forma precaria las presiones de sociedades profundamente desiguales y pobres. La fascinación por "Borgen" refleja la nostalgia por una política que nunca tuvimos: programática en lugar de personalista, centrada en políticas públicas y no en lealtades caudillistas.
Pero esta seducción por la serie de ficción ignora convenientemente las diferencias estructurales.
La política danesa se desarrolla sobre la base de una sociedad cohesionada, con un coeficiente de Gini de 0.27, comparado con el 0.49 del promedio latinoamericano. El pacto social danés, construido durante décadas, permite que los conflictos políticos ocurran sobre ajustes al modelo, no sobre su legitimidad fundamental. En América Latina, cada elección parece reabrir debates sobre el modelo de desarrollo mismo, generando incertidumbre.
La serie muestra otra dimensión que contrasta dramáticamente con nuestra realidad: un Estado que funciona. La primera ministra puede implementar políticas porque cuenta con una burocracia profesional y recursos fiscales adecuados. En América Latina, la presión tributaria promedio (21.5% del PIB frente al 44% danés) refleja estados con capacidades limitadas, incapaces de proveer servicios de calidad universal. Esta debilidad estatal no es accidental: es resultado de la resistencia histórica de élites económicas a contribuir equitativamente.
El resplandor de "Borgen" oculta también las condiciones materiales que hacen posible la política danesa. Dinamarca posee una economía diversificada e innovadora, integrada ventajosamente en las cadenas globales de valor. Nuestros países, atrapados en modelos extractivistas y dependientes de materias primas, experimentan altos niveles de volatilidad que desestabilizan cualquier proyecto político de largo plazo.
Igualmente, la relación entre medios de comunicación y política que muestra "Borgen" es también reveladora. Los equipos periodísticos tienen recursos y suficientes medios para investigar, capacidad de opinar y presionar, pero dentro de una ética profesional compartida. En América Latina, la concentración mediática y la instrumentalización política de los medios generan dinámicas de polarización que complican la deliberación democrática.
Quizás lo más nostálgico para el espectador latinoamericano es la representación de una sociedad donde la corrupción, aunque existe, no es sistémica ni determina la dinámica política fundamental. En nuestras democracias, la captura del Estado por intereses privados socava permanentemente la integridad institucional y la convierte crecientemente en una crónica policial-judicial cada vez más recurrente.
El encanto de "Borgen" para las élites contiene entonces una paradoja: admiramos un modelo de gobernabilidad democrática sin reconocer plenamente las condiciones socioeconómicas, institucionales e históricas que lo hacen posible. Se sueña con la política danesa mientras aquí resistimos los pactos fiscales, la innovación efectiva de procesos productivos, la redistribución y la construcción estatal que la sustentan.
Así, los problemas de gobernabilidad democrática en la región parecen funcionar como "matrioskas rusas", donde las crisis institucionales visibles se encuentran anidadas dentro de contradicciones más profundas del modelo de desarrollo. La inestabilidad política, la fragmentación partidaria y los ciclos de reformas constitucionales fallidas no son simples fallas de diseño institucional, sino manifestaciones de desafíos estructurales: desigualdades persistentes, estados con capacidades limitadas, economías dependientes de recursos naturales y una inserción subordinada en la economía global.
Esta perspectiva explica por qué décadas de reformas meramente políticas han resultado insuficientes, mientras que la experiencia danesa retratada en "Borgen" demuestra cómo una gobernabilidad democrática funcional requiere un pacto social redistributivo, capacidades estatales efectivas y un modelo económico diversificado con inserción global ventajosa. Esos son los desafíos que abordar integralmente.
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