Botkast

De un partido que acostumbra reemplazar la política por granjas de bots ha emergido, obvio, un candidato-bot que ha convertido la contienda en un gran sketch nacional. Se trata de José Antonio von Kast (JAK), un aspirante patriarcal cuya "visión de país" cabe en un post-it, cuya coherencia podría guardarse en un dedal.

Su campaña se articula sobre dos ejes tan simples como inquietantes:

  1. Seguridad pública, reducida al eslogan "migrante es igual a delincuente", con propuestas de expulsión tan fantasiosas como impracticables
  2. Un recorte presupuestario de 6 mil millones de dólares, cuya ubicación, método y propósito solo él "conoce", pero nunca explica

Su cruzada contra la "amenaza migrante" tiene tintes tan surrealistas que Dalí, desde su cuadro más derretido, aplaudiría. Afirma que todos los migrantes son delincuentes por naturaleza; ante la falta de pruebas, las reemplaza con convicción, gestos teatrales y una maquinaria de bots que siembra miedo y odio para "devolver la tranquilidad a las calles".

La paradoja es evidente: en un país construido por migrantes, históricamente se ha recibido con entusiasmo a los europeos ricos y blancos. Su xenofobia selectiva se parece más a aporofobia que a otra cosa. Conviene precisar que no existe el "migrante ilegal": la ley habla de situación irregular o indocumentada, una falta administrativa, no un delito. Delincuentes hay en todas las nacionalidades, y así deben ser tratados.

La ironía histórica es amarga: el propio padre del candidato ingresó a Chile con identidad falsa tras la Segunda Guerra Mundial, huyendo de su pasado nazi. Para el aspirante a sheriff, sin embargo, aquello no fue irregularidad, sino "creatividad documental". Hoy, ese legado ideológico resucita en su discurso: donde antes su abuelo político veía "judíos peligrosos", él ve "migrantes pobres". La lógica es la misma: crear un enemigo interno, polarizar, ganar la elección y gobernar por y con el miedo.

Entre sus "medidas humanitarias", propone expulsar a 320 mil personas -número elegido, según dicen, "porque suena redondo"- y separar a los hijos chilenos de padres extranjeros para enviarlos a instituciones del Estado. El plan es tan inviable como costoso: requeriría miles de vuelos, décadas de ejecución y sumas astronómicas... mientras promete bajar impuestos.

Su segunda gran promesa, el recorte de 6 mil millones, es un misterio digno de archivo secreto: no dice de dónde, ni cómo, ni por qué. Cuando se le pregunta, responde con silencios, bots o frases grandilocuentes tomadas de Trump, Bolsonaro o alguna película imaginaria. Asiste a pocos debates y casi no responde preguntas. Prefiere sus monólogos ante una cámara que parece estar siempre desconectada. A cualquier cuestión compleja, contesta con un invariable "depende".

Queda una duda esencial: ¿Con qué autoridad moral puede "combatir la delincuencia" alguien que reivindica a figuras responsables de crímenes masivos y dictaduras corruptas? Su trayectoria es más la de un entusiasta admirador de dictadores criminales y ladrones que la de un defensor la seguridad pública. ¿Defender la democracia con medidas autoritarias propias de la ultraderecha? El círculo no cuadra.

Conclusión: La candidatura de Von Kast es una tragicómica distopía, una mezcla de reality show y libreto escolar con pretensiones épicas. Sus seguidores, alimentados por las frutas envenenadas de sus granjas de bots y un discurso que convierte la pobreza en amenaza, lo aclaman con fervor sectario.
El país observa, entre el desconcierto, la risa nerviosa y el temor. Y mientras promete salvarnos de todos los peligros, queda en el aire la sospecha de que el mayor peligro podría ser él mismo.

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