De un partido que acostumbra reemplazar la política por granjas de bots ha emergido, obvio, un candidato-bot que ha convertido la contienda en un gran sketch nacional. Se trata de José Antonio von Kast (JAK), un aspirante patriarcal cuya "visión de país" cabe en un post-it, cuya coherencia podría guardarse en un dedal.
Su campaña se articula sobre dos ejes tan simples como inquietantes:
Su cruzada contra la "amenaza migrante" tiene tintes tan surrealistas que Dalí, desde su cuadro más derretido, aplaudiría. Afirma que todos los migrantes son delincuentes por naturaleza; ante la falta de pruebas, las reemplaza con convicción, gestos teatrales y una maquinaria de bots que siembra miedo y odio para "devolver la tranquilidad a las calles".
La paradoja es evidente: en un país construido por migrantes, históricamente se ha recibido con entusiasmo a los europeos ricos y blancos. Su xenofobia selectiva se parece más a aporofobia que a otra cosa. Conviene precisar que no existe el "migrante ilegal": la ley habla de situación irregular o indocumentada, una falta administrativa, no un delito. Delincuentes hay en todas las nacionalidades, y así deben ser tratados.
La ironía histórica es amarga: el propio padre del candidato ingresó a Chile con identidad falsa tras la Segunda Guerra Mundial, huyendo de su pasado nazi. Para el aspirante a sheriff, sin embargo, aquello no fue irregularidad, sino "creatividad documental". Hoy, ese legado ideológico resucita en su discurso: donde antes su abuelo político veía "judíos peligrosos", él ve "migrantes pobres". La lógica es la misma: crear un enemigo interno, polarizar, ganar la elección y gobernar por y con el miedo.
Entre sus "medidas humanitarias", propone expulsar a 320 mil personas -número elegido, según dicen, "porque suena redondo"- y separar a los hijos chilenos de padres extranjeros para enviarlos a instituciones del Estado. El plan es tan inviable como costoso: requeriría miles de vuelos, décadas de ejecución y sumas astronómicas... mientras promete bajar impuestos.
Su segunda gran promesa, el recorte de 6 mil millones, es un misterio digno de archivo secreto: no dice de dónde, ni cómo, ni por qué. Cuando se le pregunta, responde con silencios, bots o frases grandilocuentes tomadas de Trump, Bolsonaro o alguna película imaginaria. Asiste a pocos debates y casi no responde preguntas. Prefiere sus monólogos ante una cámara que parece estar siempre desconectada. A cualquier cuestión compleja, contesta con un invariable "depende".
Queda una duda esencial: ¿Con qué autoridad moral puede "combatir la delincuencia" alguien que reivindica a figuras responsables de crímenes masivos y dictaduras corruptas? Su trayectoria es más la de un entusiasta admirador de dictadores criminales y ladrones que la de un defensor la seguridad pública. ¿Defender la democracia con medidas autoritarias propias de la ultraderecha? El círculo no cuadra.
Conclusión: La candidatura de Von Kast es una tragicómica distopía, una mezcla de reality show y libreto escolar con pretensiones épicas. Sus seguidores, alimentados por las frutas envenenadas de sus granjas de bots y un discurso que convierte la pobreza en amenaza, lo aclaman con fervor sectario.
El país observa, entre el desconcierto, la risa nerviosa y el temor. Y mientras promete salvarnos de todos los peligros, queda en el aire la sospecha de que el mayor peligro podría ser él mismo.
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