Circos, mamarrachos y una Constitución "bien" escrita

En los medios de comunicación y redes sociales surge repetidamente, en quienes rechazan desde ya la nueva Constitución, palabras tipo "circo", "mamarracho" y otras para denostar, no solo el resultado de un primer texto, que está en revisión, sino principalmente al proceso y colectivo de convencionales que han estado trabajando en él, y esto pondría en peligro a la democracia.

En una apreciación personal, de alguien que no es de la "clase" política, es un retomar la idea de pueblo de Grecia antigua, donde el pueblo era el selecto grupo de ciudadanos cultos que podían votar.

Aquí el selecto grupo serían nuestros políticos de los últimos 30 años, que se visten y guardan la dignidad y lenguaje adecuado al cargo; también los partidos políticos que tenían la ventaja de hacer listas para las elecciones (no como los independientes); y para los grupos que esperaban ser escuchados cuando quisieran hablar y no en los plazos y formas establecidos para el resto.

Sin embargo, en la Convención Constitucional, por mandato expreso de los legisladores que pertenecen a la selecta clase política (¿pueblo al estilo de la Grecia antigua?), se permitió que surgieran representantes que no guardaban la misma compostura y origen. Y aquí parece que está lo grave: la Convención no tuvo la seriedad de los ingleses de América y, por tanto, el resultado solo puede llevarnos a un mal camino. Parece que ser la primera versión del texto, salido de tantas voces distintas, no quedó redactado como lo haría un abogado de la "noble" familia y de lenguajear pulcro, es señal de mal augurio. Así es imposible que sea la casa de todos, porque ¿cómo fue que se les ocurrió que podían no escribirla como lo harían los pocos que sí sabían?

Entonces mi percepción -y reconozco que es una percepción y no una verdad- es que el acuerdo social, o la casa de todos, para ser bueno solo podría ser redactada por los señores de la casa, no los sirvientes. Así, el texto es un "mamarracho" porque los empleados se sentaron en la mesa principal y no como antaño, donde solo aportaron el voto al texto de quienes sí saben.

Es cierto que en el púlpito de la Convención se vio una pokemón, un dinosaurio, se cantó, y otras expresiones poco dignas para una cámara política clásica, esa que nos heredaran (o impusieran) nuestros colonizadores. Pero creo que aquí está la fuerza democrática de esta Convención. En ella estuvieron, como nunca, las expresiones de un Chile diverso que recorre desde el trópico al polo y que se acerca más al realismo mágico de García Márquez que a ser los ingleses de América.

Porque si realmente se tienen convicción de acordar entre todos, lo primero que se ha de aceptar es que todas las ideas se han de decir y discutir, y todas las formas pacíficas de presentarlas son válidas y todos pueden decirlas. No podemos esperar que el circo que se arme sea solo del tipo Cirque du Soleil, que al tener nombre en francés y pocos diálogos, pareciera más digno de nuestra "tradición democrática".

Por eso cuando se piense en aprobar o rechazar, que la decisión sea por las implicancias de los escritos y no por su estilo de redacción o sus formas de discutirlo o a qué tipo de circo se parece más.

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