¿Clase media protegida o con oportunidades?

Víctor Torres
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Disentir o discrepar no necesariamente es sinónimo de obstruccionismo, como algunos señalan tan livianamente.

Por el contrario, dice relación con un derecho esencial de todo ser humano: a expresarse y manifestar su opinión sin censura alguna, pues se trata de un punto de vista que, formulado con respeto, contribuye a formar opinión pública y opinión preponderante.

Hoy, permítanme discrepar del slogan del Gobierno #ClaseMediaProtegida y digo slogan porque no estamos ante un real programa específico, diseñado con un objetivo al respecto, sino de luces y sombras y como han dicho algunos, más bien de pirotecnia.

La realidad nos muestra que se trata de una plataforma donde se han incorporado planes ya vigentes, salvo algunos proyectos que se encuentran en trámite y uno por enviar (seguro catastrófico en Fonasa) para “vestir” esta red como un producto nuevo y único, jamás pensado, “darle una mano a esa clase que ha sido postergada”, señalaba ayer un ministro en los canales de TV.

Se trata de 70 beneficios estatales - subsidios, seguros o becas - , que hasta hoy estaban en distintas reparticiones correspondientes a 11 ministerios. Nada realmente nuevo bajo el sol; muchos de los programas, vigentes desde hace años.

¿Por qué ocurre ello entonces?

Creo que estamos ante la búsqueda de un relato que le permita al Gobierno sortear la larga lista de hechos que hoy tienen a millones de chilenos y chilenas sumidos en la desesperanza, indignación y frustración. Alto desempleo, estancamiento en la actividad económica, baja en la productividad, caen las expectativas de crecimiento y suben los precios de productos y servicios básicos.

No cabe duda que la baja sostenida en los niveles de apoyo que experimenta el Presidente y su gabinete , como también la inminente cuenta presidencial, han motivado este despliegue comunicacional. Pero, los tiempos son otros y la información fluye rápidamente.

Ya no es tan fácil convencer con un relato que no se sustenta cuando, además, vemos contradicciones vitales. Mientras pretenden “darle una mano a la clase media”, conocemos de los negocios que se producen entre los cercanos al Gobierno y sus familiares. El caso de los hijos del Presidente es sólo una muestra.

Pero más allá de aquello, quiero detenerme en ese concepto de “clase media” y en esa frase de “darle una mano”.

Primero, existen diversas clasificaciones de la llamada clase media. De hecho, la OCDE la define como las familias que tienen ingresos de entre el 75% y el 200% de la mediana nacional. O sea, en el caso de Chile, $587.274 y $1.566.066 por hogar.

Libertad y Desarrollo usa la definición de entre 1,5 y 6 veces la línea de la pobreza. Así, sería de clase media un hogar de cuatro personas con ingresos entre $626.021 y $2.504.083 mensuales.

Obviamente que es un tema subjetivo, donde además pesan muchas variables a considerar. Si la familia, por ejemplo, tiene a una mujer como jefa de hogar, o los dos trabajan, qué nivel educacional tienen, en qué región vive, etc.

Por ello, más que manosear este término, habría que dimensionarlo con otra mirada, incluyendo historias y contextos para focalizar políticas públicas que realmente contribuyan.

Por otra parte, eso de “dar una mano” tiene sin duda un tinte paternalista y al borde de una mala entendida “compasión”. 

Lo que las familias chilenas requieren, a mi juicio, es igualdad de oportunidades, una cancha pareja, sin las enormes brechas de desigualdad que ostenta, lamentablemente nuestro país,  donde según el último estudio del PNUD (Desiguales) sólo un 0,1% de la población chilena concentra el 19,5% del ingreso nacional.

Así las cosas, quizás el camino sea procurar un colectivo con más igualdad, donde aquéllos sectores de mayores ingresos, y me refiero a ese uno por ciento más rico que acumula el 33 por ciento de los ingresos según datos del Banco Mundial, pague los impuestos que corresponda; donde la elusión se combata realmente; terminar con ese masivo robo hormiga por parte de empresarios que lucran con bienes básicos ; enfrentar con robustos entes reguladores los abusos del mercado; desterrar el miedo a llegar a la vejez con un sistema inhumano que entrega pensiones miserables.

En fin, comprometernos con cambios estructurales más que con fuegos artificiales que duran lo que duran.

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