Para definir el estado actual del Partido Socialista bien podemos recurrir a dos conceptos que provienen, uno de la sociología - la anomia -, y el otro de las ciencias biomédicas, la anemia: el P.S. presenta hoy una condición anómica y anémica.
Anómica, porque se encuentra en un estado de desestructuración y desconcierto en que no existe un elemento identificable el interior de su organismo que aglutine o catalice o comprenda cuando menos la existencia de tal condición.
Anémica, pues carece de fuerza asertiva como entidad para influir en los cursos de los procesos políticos y sociales que estamos viviendo. Su opinión en tanto partido no influye, sólo introduce incertidumbres en el ámbito en que se desenvuelve tanto hacia su propio interior como hacia sus aliados.
¿Llegamos a este estado por culpa de toda la militancia? Evidentemente no. Con todo, el PS aparece hoy como el partido con mejores resultados en el proceso de refichaje. Tal desempeño, en buena medida, se debe al prestigio histórico del socialismo.
Las contribuciones del PS desde el Gobierno, el Parlamento, las Municipalidades y las organizaciones de la sociedad civil - sindicatos y grupo pro DD.HH. entre otros - constituyen episodios muy valiosos y que nos enorgullecen a todos los socialistas. Sin embargo, esa incuestionable riqueza, parece ahora diluirse en aspiraciones e intereses oportunistas, que, impulsadas desde algunos sectores, han llevado al partido a este estado anómico-anémico.
Cabe preguntarse entonces ¿cómo es posible que unos pocos militantes tengan en ascuas al Partido entero, sin dirección política, sin saber qué hacer?
¿Por qué un partido que ha aportado al logro y al éxito de todos los gobiernos de centro izquierda desde el retorno de la democracia y que en los últimos 17 años ha llevado en tres oportunidades a abanderados de sus filas a La Moneda se encuentre hoy en un estado de evidente debilidad?
Influye en la situación actual del PS la tendencia universal del rechazo a las elites políticas y a los miembros del stablishment, aquellos que se mantienen siempre en posiciones de poder y que acaparan las instituciones políticas y del Estado.
Esta tendencia de rechazo también existe dentro del PS, y ha generado algunos espacios por los que se cuela la brisa del populismo, que se presenta como una respuesta fácil y atractiva frente a los cuestionamientos y al llamado malestar ciudadano.
Así, en el escenario actual, resulta más rentable afirmar no ser político, no pertenecer a ningún partido político que forme parte de ese stablishment y asegurar que se entiende y se escucha a la ciudadanía, directamente, sin intermediarios.
En días recientes, atestiguamos como la directiva saliente del partido tomaba distancia del proceso de selección de nuestro candidato presidencial, señalando el malestar por la baja adherencia que mostraban los postulantes, como si en ello no tuvieran responsabilidad alguna. Como si las indecisiones, los aplazamientos y las ambigüedades en torno al tema no hubieran influido en la condición precaria que hoy exhibe el partido.
Cabe preguntarse si quienes sostienen esa tendencia han aquilatado en su completa dimensión los costos que tendrá para el socialismo chileno entregarse a la tendencia neo-populista que germina con entusiasmo ante las próximas elecciones.
Se trata de una reflexión necesaria y urgente, especialmente luego de conocer los anuncios del candidato de la derecha Sebastián Piñera en cuanto a “reformar las reformas” son una señal clara de que un eventual gobierno de ese sector buscará restaurar las condiciones anteriores a los procesos de cambio impulsados por el gobierno en las áreas educacional, laboral y tributaria.
Seamos claros. Más allá de los eufemismos, las promesas de Piñera apuntan a desmantelar las reformas estructurales propiciadas por el Gobierno de Michelle Bachelet y deben ser entendidas como un llamado de atención a los socialistas y a todos quienes creemos en que el camino correcto para asegurar un mejor futuro para el país y sus habitantes pasa por las reformas, por las que el gobierno ha realizado y por las que la ciudadanía continúa demandando.
El socialismo en particular y la centro-izquierda en general deben aquilatar el riesgo que implica el eventual retorno del empresario a La Moneda.
Es cierto, en el actual esquema, un candidato simpático y premunido de un discurso "popular" puede ganar una elección. La duda es si esos atributos blandos bastan para gobernar. Y si quienes promueven esta tendencia también van a asumir los costos que implica un gobierno atrapado en la inconsistencia de sus propias promesas.
Los socialistas enfrentamos por estos días la imperiosa necesidad de tomar definiciones políticas. O contribuimos a encauzar nuestros principios y valores históricos desde nuestra identidad socialista, a riesgo de resultar impopulares o, por el contrario, atendemos a los cantos de sirena tan atrayentes como inciertos si es que no derechamente irresponsables, que nos invitan a transitar por el camino de las tendencias de moda.
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