¿Cómo salimos de la anomia de nuestras democracias?

La desorganización social y el aislamiento de los individuos del espacio público, es decir, extraviados del camino en comunidad ha sido causa y efecto de nuestra más evidente patología, la anomia.

En plena discusión constitucional, sienta bien un cambio de actitud que nos permita esperanzarnos en un reencuentro y sentido de vida compartida, para lo cual resulta fundamental el compromiso de sus ciudadanos, es decir, una conducta que sea las antípodas de la prescindencia como actitud generalizada en sociedad.

Pensamiento y acción debieran estar en consonancia con las transformaciones sociales que estén en sintonía con los fundamentos de la democracia, extraviados en la anomia. En efecto, los desafíos y amenazas que se ciernen sobre la humanidad requieren de un discernimiento personal y colectivo que en clave moral.

En tal perspectiva, necesitamos retornar a la razón para que ella estudie nuestros actos y nos oriente a un bien común, al objeto de distanciarnos de una mirada ensimismada o cercada por intereses individuales o visiones ancladas en una autonomía subjetiva que no reconoce nada más allá que nuestros deseos. Esa dinámica crea una realidad desconectada, fragmentada y reduccionista y nos lleva a destruir los cimientos de la democracia, principalmente porque rompemos el afecto por los demás.

En consecuencia, la anomía es un reflejo de la corrupción del alma y el abandono del espíritu del régimen democrático, el cual se consiguió tras proceso de maduración que tomo siglos, ya que proviene desde la antigua Grecia y continúa luego de la Ilustración, en un continuo del pensamiento que buscó reconocer e implementar la dignidad humana en nuestra construcción de la sociedad. En tal sentido, cabe soslayar a la cristiandad y su aporte a la noción de dignidad humana, la que hoy se banaliza a través de la relativización del concepto y sus alcances.

La libertad entendida como un fin en sí mismo ganó influencia y ello ha conllevado una interpretación libre para cada sujeto, siendo ello una de las causas de la decadencia de la humanidad en su acción cotidiana, la que observamos caótica, imberbe, inmadura, irresponsable e irreflexiva, que en términos generales se traduce en una característica de la acción política postmoderna con sello populista.

La libertad del sujeto se expresa en un especial afecto en su propio ego, tras manifestaciones sociales diferentes que tienen un común denominador, están desconectadas de la noción del NOSOTROS, de la comunidad y de una concepción de bien común e interés por una vida compartida. En esos términos, la democracia queda líquida como nos diría Bauman, sin sentido ni propósito.

Urge que la denominada "Era de Acuario" permita el nuevo despertar de la conciencia en un orden lógico, que permita la aplicabilidad de las normas centradas en las personas, lo cual nos facilitaría el argumento a favor de un juicio crítico al servicio de un orden político, económico y social, el cual requiere primeramente entender que la democracia funciona cuando la fraternidad o solidaridad cumplen la labor regenerativa del tejido social por medio de la esperanza puesto al servicio de los demás, por tanto el afecto (amistad cívica) es el quinto elemento extraviado que explicaría la anomia de las democracias actuales.

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