El profundo deterioro de la institucionalidad en Chile está directamente asociado a la severa crisis que atraviesa el sistema político en la actualidad, marcado por un pronunciado fraccionamiento y polarización de las fuerzas políticas. Si hubiese que establecer un hito de cuándo se comenzó a acrecentar esta disfuncionalidad, me atrevo a decir que se dio con el cambio de sistema electoral, desde el binominal al proporcional.
Ante una falsa promesa de mejorar la representatividad de las sensibilidades políticas en el país, se establecieron reglas del juego que desincentivaron la convergencia hacia el centro y motivaron que las fuerzas políticas se trasladaran hacia los extremos. Mientras que la reducción de los umbrales para crear y mantener con vida a los partidos políticos, y para ser candidato en comicios de elección popular, derivaron en una proliferación de colectividades pequeñas, sin base doctrinaria y altamente instrumentales.
Basta que un reducido grupo de personas se reúnan en torno a dos o tres ideas en común, que incluso pueden ser coyunturales, para forjar una alianza que concluya con la conformación de una nueva tienda política. Con las que están en proceso de formación en la actualidad, Chile podría llegar a tener 30 partidos en los próximos meses. Una aberrante distorsión.
Para muchos hoy la política es un negocio, a tal punto, que las colectividades nuevas en muchos casos son verdaderas pymes políticas, que generan recursos a sus integrantes mediante la obtención de recursos públicos por participar del sistema político. El caso del Partido de la Gente es sintomático en esto. Como una estrella fugaz, se formó, alcanzó un rápido crecimiento y se extinguió. Este lamentable nivel de volatilidad ha sido alentado, a su vez, por una ciudadanía que tiene escasa confianza en estas instituciones y que también termina votando de manera instrumental, por quienes prometen más ofertones electorales, aunque después no los cumplan.
Todo esto ha desmejorado la calidad de la política con las evidentes consecuencias que eso está teniendo en otras áreas, como la económica y social. Chile debe ser el único país donde un candidato pudo levantar una campaña presidencial desde el exterior sin haber venido nunca a participar del proceso electoral y así y todo obtener 13% de los votos. Marco Enríquez Ominami es otro que tiende a utilizar la política como plataforma para subsistir cada cuatro años.
Es clarísimo que el sistema político debe ser reformulado de manera profunda, porque el país no resiste mantener estos grados de polarización y paralización ante la incapacidad de las fuerzas políticas de ponerse de acuerdo en los principales temas, como se ha podido observar con particular crudeza desde el gobierno anterior.
El problema radica en que quienes deben reformular el sistema, son los mismos que participan de él, y en muchos casos, se benefician a costa de éste. Como senador e integrante del sistema, estoy por realizar cambios y hacerlos con sentido de urgencia, ya que de continuar por esta senda, llegaremos a un punto de no retorno respecto a sacar al país del estancamiento en que se encuentra y tendremos que conformarnos con vivir en la mediocridad, asediados por el crimen organizado y ofreciendo un futuro sombrío a las nuevas generaciones.
Es momento de levantar las banderas rojas para resolver, a mi parecer, uno de los principales desafíos que tenemos como país, además de la seguridad, que es recuperar el espíritu republicano, nuestras instituciones y ofrecer a la ciudadanía un horizonte esperanzador y de mejores oportunidades. Para eso debemos cambiar de dirección y que todos los sectores políticos realicen un esfuerzo transversal de poner por delante el interés común de los ciudadanos y la sostenibilidad del país.
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