Una sensación agridulce nos dejó la reciente Cuenta Pública. Es una buena noticia la implementación de un Sistema Nacional de Cuidados, una necesidad urgente que percibimos a diario en nuestro trabajo en terreno, pero lamentablemente la pobreza sigue invisibilizada en la discusión pública y es una deuda pendiente del Estado.
Vayamos a los detalles. En materia de cuidados, el incremento de recursos para apoyar a las 75 mil personas con dependencia severa, la construcción de Centros Comunitarios de Cuidados a lo largo de todo el país y el compromiso de enviar un proyecto de ley para institucionalizar, ampliar y reforzar los programas que hoy implementa el Estado, son anuncios esperados por quienes trabajamos en esta área y hemos estado por años abogando por estas necesidades.
Tal como se anunció en otras materias de infraestructura pública, más que nunca es relevante fortalecer la colaboración público-privada. Instalar un sistema de cuidados de carácter universal requiere del apoyo y la experiencia de cientos de organizaciones de todo el país que implementan programas ambulatorios y domiciliarios, pues esas redes y ese conocimiento territorial son fundamentales para el éxito del sistema.
Valoramos el reconocimiento a la labor de las personas cuidadoras, principalmente mujeres que asumen una tarea poco reconocida y escasamente remunerada. Sobre esto, es clave que este reconocimiento no reste protagonismo a las personas que necesitan cuidados, a sus necesidades y derechos. Acá debe estar siempre el foco prioritario del sistema.
Ahora bien, tal como anunciábamos, nos preocupa que la pobreza no sea un tema relevante en el discurso, y que cuando sea mencionada, se asocie a buenas noticias dados los resultados de la última Encuesta Casen. Son miles las personas que día a día ven vulnerados sus derechos más básicos, y esta situación debe indignarnos y alarmarnos siempre. La desigualdad y la pobreza atentan contra la democracia, el bienestar y la calidad de vida de los que vivimos en Chile.
Entendemos que el escenario político del país lleve las prioridades a materias como la seguridad pública y el crecimiento económico, pero hablar de seguridad no tiene sentido si no relacionamos con los problemas sociales que vivimos, a modo de ejemplo: Los jóvenes que perdemos día a día a manos de la delincuencia y del narco.
Seguramente la realidad de cada uno de esos jóvenes sería distinta si estuvieran en una escuela que ofreciera oportunidades de vida, pero ni el fenómeno de la exclusión escolar ni el reingreso educativo fueron parte del discurso. Nos preocupa que en materia de educación se anuncien cambios en el sistema de financiamiento de la educación superior, pero nada se diga de la situación de los recursos a nivel escolar. Nuestra experiencia muestra la urgencia de transformar el financiamiento del nivel que permita fortalecer la oferta educativa para los grupos más excluidos, tal como lo hacemos a través de la Fundación Súmate.
En definitiva, compartimos la esperanza del discurso y el desafío de tener una mirada integral e intersectorial, pero queremos que esa esperanza y esfuerzos puedan llegar a las personas más excluidas de nuestro país. Como Hogar de Cristo nos comprometemos a trabajar para que la vida comunitaria en los territorios más postergados se transforme en la primera línea de protección de nuestros niños y personas mayores.
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