Desafíos y legados democráticos

Una de las deficiencias de los llamados "treinta años", omitida en las críticas a sus límites, es una que nace de un olvido muy básico respecto de los procesos históricos. Esta omisión emerge de un olvido fundamental. Como bien sostenía la mirada marxista, la transformación de las pautas culturales, al modificar la base material de las sociedades.

Esta comprensión, sin embargo, pareció eclipsarse durante aquellos años. Fue como si la exitosa lucha contra la pobreza y las condiciones de vida en general tuvieran la capacidad única de modificar el bienestar material, sin mayores cambios en la producción de las propias subjetividades.

Chile, es innegable, cambió, pero también producto en lo que el neoliberalismo justamente demuestra su mayor fortaleza: engendrar, elaborar, una nueva modalidad de subjetividad. Una entregada sin reservas al máximo rendimiento y a la competencia, metamorfoseada en la figura del "emprendedor" o del "empresario de sí mismo. Este sujeto, estandarizado bajo una lógica empresarial, perdió la distancia simbólica que le permitía considerar su posición en la sociedad de manera política.

De la mano de esta dinámica productora, el neoliberalismo también abraza una dimensión destructiva, dirigida principalmente hacia los lazos sociales y los legados simbólicos. Todo esto, para que sus promesas de bienestar puedan erigirse como una coartada que nos persuade de que no requerimos de los otros, y que sea aceptada con mayor o menor entusiasmo por una parte significativa de la sociedad.

Sin embargo, para que este esfuerzo tenga éxito, es imperativo primero perder los puntos de referencia y el sentido compartido. Por eso, no debería sorprendernos que las enmiendas de Republicanos en la convención encuentren un eco, a veces sorpresivo, en un país que parece haber extraviado sus lazos simbólicos y sus valores de sentido compartido.

En este complejo panorama, la tarea de rescatar la diversidad de voces, reconstruir los lazos sociales y restablecer un tejido simbólico enriquecido se torna imperativa.

La respuesta no puede ser simplemente una reacción negativa, sino más bien una afirmación de los valores democráticos. El conservadurismo, al apropiarse de términos como "liberalismo", "democrático," "republicano" y "patriota," demuestra una vocación hegemónica que no se debe subestimar. Las distinciones son un campo de conflicto y disputa que no debe ser desdeñado.

En última instancia, enfrentar estos desafíos va más allá de la política; es una cuestión ética y cultural. Solo al abordar esta dimensión profunda podremos enfrentar la lógica homogeneizadora del neoliberalismo y abrir el camino hacia un futuro en el cual la diversidad y la identidad colectiva no sean incompatibles. Sin embargo, el desafío más significativo no se reduce simplemente a querer y poder representar esta pluralidad, aunque esta tarea sea crucial. Más bien, implica la necesidad de crear un "nosotros" que integre y celebre nuestra diversidad en la construcción de una identidad colectiva y un destino compartido.

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