Desconfianza, pánico y… ¿hambre?

Nunca sabremos los alcances de las verdaderas motivaciones que la autoridad y el sistema político instalan en sus discursos o decisiones incoherentes, carentes de credibilidad o de certezas. Esta estrategia parcial y errática, no hacen más que romper el trato tácito y de acompañamiento que la ciudadanía requiere ante las crisis, confianza.

El llamado de diversos personeros del gobierno a re-articular la actividad socio-económica, esquivando   sus propias declaraciones iniciales: “lo más importante es la salud de la población”, no hacen más que cortar la cadena de comprensión de una ciudadanía agotada y pesimista, en un ecosistema mediático monotemático, que no es otra cosa que el gobierno las 24 horas en los medios de comunicación.  Privilegio programático que solo es coincidente con la crisis social iniciada en octubre.

Los medios de comunicación tradicionales, son los escuderos que le brindan consistencia al oficialismo a través de la pandemia. Creando una suerte de colusión noticiosa, generando un estado   de pánico creciente, alejado de la razón y con la construcción clásica de una guerra informativa: un único orador, anulación de “discursos disidentes”, intoxicación con niveles de cifras imposibles de procesar o actuar en función de ellas. Disociando así a la oposición política y social, reivindicando el trono perdido durante la crisis de octubre.

La ausencia de empatía comunicacional, incrementa la desconfianza y confusión ante un discurso bilingüe de abrir y cerrar declaraciones, y es esto lo que genera mayormente los grados de laxitud en la población. No cree en sus autoridades. Tal como decía McLuhan, “el medio es el mensaje”, imposible de separar al mensajero de los contenidos.

Las cifras mundiales de la pandemia, en contexto con otras urgencias, se mueven en ángulos diferentes al pánico mediático que generan. Antecedentes que no dejan de ser lamentables y que debieran alertar a los gobiernos.

Según diversos organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS), de cáncer han muerto más de 2.580.000 en lo que va del año. ONU sida señala que las muertes acumuladas del año se cifran en 535.000 por VIH e infectados 41,7 millones de personas.

Por otra parte, la OMS estima que las víctimas por influenza superarán 470.000 para el presente año. Las muertes por coronavirus hasta hoy superan los 200.000 a nivel global. Datos que deben ser mirados con cautela dada su variabilidad creciente y la permanencia histórica de otros males que aún persisten.

Los alcances de este pánico generalizado, tendrían mucho más sentido con la hambruna, que también puede convertirse en una crisis solapada de la pandemia.

En los países pobres, con antelación al coronavirus, las muertes por hambre superan las 20.000 diarias a nivel mundial y muchas de ellas prevenibles, “pero el hambre tiene que ver con África, naciones en guerra o con los países del corredor seco de Latinoamérica” (Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua), que no concitan la atención de los medios. Como sí lo hacen los países ricos, donde se constatan los efectos masivos de la pandemia.

Sin embargo, cuidado con la apertura de este flanco como es el hambre, es una externalidad compleja de abordar desde la pérdida del trabajo, del acceso a la salud o de la disponibilidad de alimentos en un invierno creciente.

La desconfianza no se cura con vacunas y es la mayor crisis que vive Chile. Más efectivo, en este segundo tiempo, dado el retorno seguro, es implementar un discurso más focalizado en lo social que en el dato sanitario, de la aplicación diaria del test de PCR (en español, reacción en cadena de la polimerasa) como indicador de infección en poblaciones de riesgo y asegurar un plan de distribución alimentaria, especialmente en los sectores sin acceso al trabajo, adultos mayores y de aquellos que viven en el hacinamiento.

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