Desde el orgullo

Son sesenta años de una historia con episodios épicos, transformadores, emotivos, de lucha y también de algunos gruesos errores. Hablo de la Democracia Cristiana: mi partido, que nuevamente atraviesa por una profunda crisis de carácter electoral, pero no más relevante que la crisis de convivencia interna, de capacidad de diálogo y de entendimiento que tenemos.

Nuestra historia partidaria registra otras crisis, con quiebres dolorosos, intensos, pero de los cuáles la DC supo emerger con fuerza otra vez. Hoy vivimos el dolor de un mal resultado electoral en las competencias presidencial y parlamentaria. Pagamos el costo de una apuesta que perdimos; que perdimos todos y ante la leche derramada, ni llanto, ni recriminaciones, ni abandono.

Nos levantaremos nuevamente porque amamos esta casa partidaria, cuya historia transformadora nos llena de orgullo, tanto como nuestros líderes señeros: Frei Montalva, Leigthon, Tomic, Bustos, Rozas, Fuentealba, Aylwin y tantos más que entregaron su vida a un ideal político.

Estos fueron cambios liderados por políticos jugados, que no midieron consecuencias; movidos sólo por el deseo de traer justicia a un país que no daba oportunidades a las nuevas generaciones; colonizado en sus riquezas básicas, abusados sus trabajadores, casi esclavizados sus campesinos.

Esos dirigentes no habrían ido nunca a Casa Piedra a informar o pedir permiso. Hoy vivimos un momento duro que es sólo la culminación de un proceso lento que nos fue alejando de nuestras raíces. Cómodos en los amplios salones del poder, muchos de nuestros líderes ni siquiera se imaginan lo que es vivir con lo justo, endeudados, arropados sólo con el amor de la familia y el afecto de las amistades.

Los últimos años han sido desgastadores. No sólo los signos de corrupción y faltas a la ética alejaron a los militantes que se fueron para la casa, también se restaron hastiados de las luchas internas caracterizadas por la falta de respeto y la descalificación del otro, desencantados de la falta de rumbo político, de disciplina y compromiso.

Es en este escenario que presido una mesa que enfrenta la debacle electoral, el clima de odiosidad, de desconfianza y de falta de respeto, con el deseo de contribuir a dar los primeros pasos que nos saquen de este momento crítico.

Para ello, se necesita volver a las raíces decidida y generosamente; se necesita a todos comprometidos con el partido, aportando con sus diferencias, no tironeando con ellas; dispuestos a asumir el rol que sea necesario: como protagonista o tras bambalinas; como portavoz o en el silencio, con mucho esfuerzo, con mucho trabajo y operados de la vanidad.

¿Estamos en crisis?...Sí, pero es en estas circunstancias cuando se demuestra grandeza, cuando no se abandona el barco, cuando no se tira la esponja, cuando no se renuncia. Recordando aquello de “acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.

Tengo el orgullo de ser DC, porque sigo creyendo en este partido que en seis años (1964-1970) fue capaz de transformar para siempre al país con una “revolución en libertad”, dándole oportunidades a nuestro pueblo sencillo y trabajador; que diseñó e impulsó la reforma agraria y la nacionalización del cobre; que estimuló la sindicación campesina y la participación ciudadana a través de la promoción popular.

Porque creo en ese partido que en un momento crucial de la historia (1990-1994) fue capaz de liderar un proceso de transición que permitiera asegurar la democracia en Chile.

Porque creo en ese partido que con espíritu visionario (1994-1999) supo abrirse al mundo, a ese mundo que le había sido esquivo por más de 20 años, y de hacer múltiples convenios internacionales; en este partido que se atrevió a enfrentar el flagelo de la violencia intrafamiliar y de asumir los cambios de la sociedad, y que impulsó una gran reforma procesal, que permitió tener juicios más rápidos, tribunales de familia y un sinfín de otras modificaciones, que nuestro viejo código penal y legislación impedían.

Tenemos militantes generosos, comprometidos y liderazgos emergentes y consolidados como el de nuestra senadora Carolina Goic, Fuad Chahín, Yasna Provoste, Francisco Huenchumilla y Ximena Rincon.

Es hora de blandir ese orgullo como arma en la lucha por reconstruirnos. Una lucha que debe partir desde la base, con educación doctrinaria, con participación decidida en las organizaciones sociales y estudiantiles, con la vista puesta en un futuro consistente y no en la elección de pasado mañana.

Hoy estamos como una nave dañada por mil tormentas y mil errores; volvemos entonces al astillero para reconstruirnos y navegar nuevamente con nuestras velas de principios sólidos, de procedimientos transparentes, de compromiso con Chile y su pueblo, orgullosamente desplegadas.

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