Despolitización, estrategia contra reloj del populismo

En este presente tan sobrecargado de información prioritaria y con la imposibilidad, temporal, de discriminar de manera certera lo relevante de lo secundario, se han ido abriendo camino, silenciosamente, una casta de autoridades populistas destinadas a recuperar a aquellos sectores disconformes y agotados con la corrupción del sistema político y del neoliberalismo que dejó como herencia la crisis social, que subyace en un estado crio-preservación y que nadie da por finalizada.

El rol de líderes populistas es instalarse como los garantes del bienestar y lo hacen desde la retórica anti elitista, alejada del tecnicismo que dictan los hechos y procurando tener un discurso complaciente hacia la población.

Trump y Bolsonaro han sido fiel reflejo de esta doctrina en sus intervenciones, reforzando su propia imagen ante su electorado. “No me atengo a las reglas y nada me detiene”, son los principios que mueven a los populistas de derecha, montándose en emociones básicas como el miedo, la discriminación, el racismo o la desconfianza, sobreexcitando a los medios de comunicación como fenómenos mediáticos rentables.

La academia, no visualiza en los líderes populistas rasgos necesariamente demagógicos, sin embargo, se hace una práctica necesaria por el acceso a los medios y generar el contrapunto con el enemigo ideológico.

Chile hizo y hace esfuerzos por alejarse de los populismos de izquierda de Latinoamérica, como son el chavismo, el peronismo, o de los movimientos indigenistas   encabezados por Evo Morales o Rafael Correa (Ecuador), alegando en su favor el éxito del neoliberalismo y la bonanza económica. Desfigurando las   tensiones ideológicas y frenando cualquier similitud con los países vecinos que transpirasen por justicia social.

Para algunos investigadores (como Barozet , Cortés o Pelfini), Joaquín Lavín encarna el neopopulismo (antes lo hizo Carlos Ibáñez del Campo con ribetes militaristas), con su afán pragmático y con fuerte énfasis social, recordemos las viviendas sociales en las Condes, la hiper secutirización de sus vecinos  o su fallida apertura del mall durante la pandemia, y de un discurso des-ideologizado que busca solucionar problemas actuales y reales por sobre las prácticas tradicionales del sistema político.

¡Lavín funciona! y la vitrina municipal, como unidad operacional, es fundamental para este propósito.

Los municipios han resultado ser el trampolín táctico para sortear la crisis social y sanitaria dado el desprestigio del gobierno central, transfiriendo el clientelismo y la cadena de servicios a la barriada, alejando de este contacto al presidente Piñera con escasos márgenes de aprobación política y manejo sanitario (25% y 35% respectivamente según Cadem).

El rescate ideológico, que ha diseñado el oficialismo hacia la despolitización de los municipios más densamente poblados, es central para enfrentar las demandas sociales.

Y la pandemia resulta un vehículo gratuito   para desplegar la fuerza de base que poseen los municipios de derecha, especialmente de la UDI y Renovacion Nacional.

Maipú, La Florida, San Bernardo, Providencia, Puente Alto, Las Condes, Antofagasta, Viña del Mar, Concepción o Santiago; en conjunto (10 comunas) representan aproximadamente el 20 % de la población de Chile y son gravitantes en cualquier elección o medición social.

Por otra parte, los alcaldes que encarnan el populismo de izquierda como Daniel Jadue (Recoleta) y Jorge Sharp (Valparaíso), han sido neutralizados por los medios de comunicación, haciéndolos más caudillos díscolos que líderes de un programa o de un sector que aspira al poder. El aislamiento político, los hace un blanco mediático fácil de impugnar no solo desde las bancadas políticas opositoras, sino también del rol que han asumido los medios de  comunicación, en desigualdad de condiciones con los ediles de la derecha, jugando con una  “libertad de expresión acotada” y de censura sutil, como es el desprestigio.

Los pseudos discursos sociales por sobre la evidencia científica, un 2% de confianza (según CEP en dic., 2019) hacia los partidos políticos, el alto índice de empobrecimiento de la población así como el tono y la práctica dictatorial de estos meses de gobierno, han generado un escenario del miedo y de ausencia en la cohesión social, pero que a la vez son fuente alimenticia para liderazgos populistas como los de Joaquín Lavín, Manuel José Ossandón o José Antonio Kast.

El presidente Piñera corre contra reloj en su mandato para paliar los efectos de las crisis. Fortalecer la despolitización ciudadana, en un ambiente de desconfianza, es la más compleja de sus tareas y ejecutar una agresiva inversión social es una contradicción en sus postulados neoliberales, que hasta ahora lo han llevado a la inacción distributiva, pero que estratégicamente han recogido los líderes de la derecha con base municipal y parlamentaria, desplegando en el fundamentalismo sanitario el defensor de la ciudadanía que exige el populismo.

La fuerza del ascenso populista durante la crisis, radica en su flexibilidad y no escapa a ninguna facción política, dado que capitaliza la insatisfacción social. Sin embargo, tiene un rol ambiguo entre el origen autoritario de sus líderes y el rol social coyuntural, que pretenden satisfacer.

Lo paradójico es que la democracia no ha sido capaz de resolver la crisis social chilena y su población sigue creyendo (68%, según Barómetro, en enero, 2020) en ella como el mejor sistema de gobierno.

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