Como si el año 2024 que recién terminó no estuviese marcado por una constante brega política y social, acrecentada por las elecciones municipales y regionales del último trimestre, ahora ya está en movimiento el 2025, aguijoneado por decisiones institucionales decisivas, como serán las elecciones presidenciales y parlamentarias a fines de año.
A primera vista se ve a la derecha tradicional convencida de llegar a la Presidencia y tener una buena representación parlamentaria. Su posición es triunfalista, pero es cierto que se mueve una arremetida ultraconservadora que cuestiona los avances sociales del retorno a la democracia y azuzaría una agudización de la desigualdad social que tanto complace a los nuevos ideólogos reaccionarios "globales".
La otra visión, moderadamente optimista, indica que la izquierda y centroizquierda debieran agruparse y converger en una candidatura presidencial y en un acuerdo parlamentario, lo más amplio posible, que les permita dar continuidad al proceso democrático de cambios que tanto tiempo y esfuerzo ha significado en Chile.
En ambas alternativas hay tensiones, en el caso de las fuerzas reaccionarias pugnan por quien recoge la radicalización de sus bases, activas por el miedo a la inmigración que su propia cúpula gubernamental impulso y por la inseguridad social que el modelo genera; sin embargo, el objetivo que guía a la derecha es asegurar que nada cambie no importando que crezca la desigualdad social, económica y cultural que sus núcleos ideológicos y dirigentes conciben como inevitable, al que menos le da "lo mismo".
En efecto, ante el conservadurismo tradicional reunido en Chile Vamos y su acción de obstrucción esencialmente parlamentaria se levanta el reto furibundo de los auto denominados republicanos, también de los integristas social cristianos y de caudillos narcisistas que se consideran con el imán suficiente para unir a esas heterogéneas agrupaciones en torno a sí mismos.
Ocurre que la derecha civil hija de Pinochet, constituida en partidos políticos al finalizar el régimen militar, está cuestionada por una ultraderecha, de carácter integrista y ultra mercantilista. Los que, en rigor, son sus sucesores políticos forman una ultraderecha que les rechaza. Es un autoritarismo civil imprevisible. Sus voceros más explícitos dicen que su "modelo" es el extremismo del mandatario argentino, Javier Milei. Es una ideología cuyo encono anti estatal se roza con el sueño anarquista de la disolución del Estado, pero, tales impulsos no son más que pretensiones mesiánicas que siempre justifican la instauración de dictaduras.
La virulencia de esa pugna hace improbable que se resuelva antes de la primera vuelta. De modo que la candidatura "oficial" de la derecha no será única y tendrá un contendor o más de uno, que le emplazará obligándole a remarcar sus posiciones conservadoras y mercantilistas para evitar la "huida" de sus bases, como ya pasó en la elección de 2021.
Tampoco hay una convocatoria de "centro" mínimamente influyente o atractiva que obligue a la derecha a contener sus impulsos hegemónicos, los mismos con que presionaron brutalmente hasta que el centro se quebró y anuló al punto que ahora no les preocupa. Así, es previsible que el conservadurismo quede capturado por la derecha radical que incita a la rebelión de sus bases.
En las fuerzas de izquierda y centroizquierda las tensiones tampoco son de "fácil despacho", sin embargo, la dispersión política no tendría otro resultado que no fuera aumentar las posibilidades del bloque neo conservador. De modo que la imposición excluyente de los intereses de cada partido o grupo podría tener efectos incontrolables. Se requiere incluir y no dividir.
Por eso, el esfuerzo unitario cobra un gran significado. La dificultad mayor es que aún no se presenta una opción presidencial con el alcance que se requiere. Ese es el principal desafío que va de la mano con la tarea programática con vistas a aunar la voluntad política en torno al proyecto país y no solo en relación a un eventual liderazgo que reúna el respaldo suficiente para convertirse en alternativa presidencial.
Asimismo, bregar por una consistente representación parlamentaria alcanza gran trascendencia. La hegemonía mediática de la derecha ha descargado sobre el debate en ambas cámaras la responsabilidad del deterioro de la política. Las causas son más profundas y extensas, pero lograr una diversa y representativa mayoría en el Congreso Nacional, en las actuales circunstancias, adquiere la mayor importancia.
El alcance estratégico de la confluencia de los partidos que aspiran al cambio democrático es mayor. Allí se juega este ciclo político. En tiempos de descrédito de la acción partidista la brega por la unidad más amplia puede parecer ingenua, lo más fácil es la disputa por lo que sea, pero un buen acuerdo del arco democrático nacional cambia decisivamente el escenario. Por eso, hay que perseverar y no renunciar a conseguirlo.
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