El triunfo de Donald Trump parece haber derribado las perspectivas identitarias desde las cuales se presumía que los latinos, afroamericanos y las mujeres definirían la elección presidencial a favor de Kamala Harris. El blondo candidato republicano, que no ha estado exento de polémicas, logró apoyos de todos esos grupos que incluso superan lo obtenido en 2020.
Todos los análisis coinciden en que las promesas de recuperación económica y de ordenar el problema migratorio definieron la diferencia entre Trump y Kamala Harris. En ese sentido, la candidata demócrata no logró desmarcarse de la administración de Joe Biden, marcada por la inflación más alta en 40 años y el ingreso de 6.3 millones de ilegales al inicio de su mandato. Por tanto, no logró mostrar un quiebre que la librará de simbolizar la continuidad respecto a Biden.
Por otro lado, Kamala Harris siguió hablando a un establishment político y académico que está entrampado en dinámicas identitarias, la corrección política o lo que algunos llaman cultura woke. Eso se tradujo en mensajes que parecían no tener ningún destinatario claro, lo que se traducía en apelaciones generales al cambio climático o la equidad económica.
Algunos presumen que el triunfo de Trump refleja la ignorancia de los votantes estadounidenses, o el fuerte influjo de las redes sociales donde el apoyo del empresario tecnológico Elon Musk habría sido gravitante. Es decir, que el triunfo del republicano sería un reflejo de las dinámicas populistas que afectan a la democracia norteamericana. Algo de eso probablemente hay. En ese sentido, algunos plantean que la democracia estaría en riesgo en Estados Unidos debido al perfil que tiene Trump y porque logró mayorías importantes en el Senado y la Cámara de Representantes.
Sin embargo, frente a lo anterior se debe considerar que la institucionalidad de la democracia estadounidense es probablemente más fuerte que la fuerte crítica al establishment político de Trump. La cual, pese a sus aspectos populistas, parece tener sentido para los ciudadanos en un contexto donde esas élites políticas no parecen conectar con las necesidades más esenciales del electorado.
En ese sentido, hay un factor que quizás se debería considerar en los análisis: El triunfo de Donald Trump podría estar reflejando que las preocupaciones de los ciudadanos en las democracias occidentales vuelven a ser esencialmente materiales, economía y orden, antes que postmateriales, medioambiente y autoexpresión.
¿Implica aquello una pérdida de libertades o tolerancia en sociedades como la estadounidense? No necesariamente. Pero pueden generarse crecientes tensiones entre grupos que vindican valores materiales y otros que vindican valores postmateriales. Todo aquello dependerá del modo en que esas prioridades sean abordadas, teniendo presente que una sociedad económicamente estancada e insegura, no puede garantizar valores postmateriales.
Lo anterior no sólo se visualiza en Estados Unidos, sino también en Chile donde la reclamación por seguridad y mejores condiciones económicas de grupos bajos y medios, que se ven fuertemente afectados por el estancamiento económico y la creciente inseguridad, contrasta con la vindicación de valores postmateriales de grupos de ingresos medios y altos.
En Chile, las personas esperan cada vez más que las autoridades y representantes respondan adecuadamente a problemas como la migración ilegal, el crimen organizado o el desempleo, antes que lenguajes inclusivos artificiales y medidas de discriminación positiva o asistencialistas que acaban siendo retóricas vacías.
Trump propuso a los electores hacer grande nuevamente a Estados Unidos. Eso les hace sentido a los estadounidenses. En Chile, acceder a buenos trabajos con buenos ingresos, una buena educación, buena salud, una buena vivienda y barrios seguros para los hijos, también le hacen sentido al ciudadano.
Todo eso requiere recuperar el crecimiento económico, incentivar las inversiones, mejorar la educación y también exige hacer cumplir las leyes, combatir la delincuencia e imponer la seguridad y la justicia en las calles. Lo que se venía produciendo por 30 años desde el retorno a la democracia. Algo que al igual que en Estados Unidos, el establishment político chileno, siempre desconectado, parece no visualizar del todo.
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