Con el nombramiento de su nuevo gabinete ministerial, el presidente (e) Sebastián Piñera tenía una oportunidad histórica: la de dejar atrás, de manera rotunda y definitiva, el fantasma de los conflictos de interés que lo persiguió durante los 4 años de su gobierno anterior.
El mandatario, sin embargo, optó por el camino que le pareció más cómodo. Repitió algunos nombres y nombramientos. Recurrió a los familiares, a los cercanos, a los amigos y a los leales. Y en ese tránsito, la dualidad promiscua entre negocios y política, o peor aún, entre los negocios y la administración del Estado, volvió a instalarse sin mayores contratiempos.
Algunos de los nuevos ministros dejarán sus sillones en los directorios de gremios y asociaciones para dedicarse a los temas de quienes eran, hasta ayer, un problema para esos mismos gremios y asociaciones.
Habrá que ver como Alfredo Moreno enfrenta el tema mapuche, que tantos dolores de cabeza provocaba a los socios de la CPC, ahora desde el Ministerio de Desarrollo Social.
O la manera en que el nuevo ministro de Economía, José Ramón Valente, férreo defensor de las AFP (aunque no cotice en ellas), se desempeña ante materias que preocupan a los chilenos, desde el sistema previsional a la ley de Pesca, pasando por el rol del SERNAC.
Por el bien del país, nadie puede esperar que al nuevo gabinete le vaya mal. Otra cosa es creer que todos los nuevos ministros están debidamente capacitados para enfrentar los desafíos que imponen sus carteras.
Hay un evidente sello conservador en la conformación del gabinete. Es, sin duda, un equipo en varios casos más experimentado y también más político. No pocos de sus integrantes han manifestado durante estos años una férrea oposición a las reformas de Bachelet y han mostrado un discurso alineado con los valores de una derecha tradicional y conservadora, ajenos, si es que no explícitamente contrarios, a la agenda de temas que la misma sociedad chilena ha definido.
Es cosa de revisar las columnas y las entrevistas en la prensa o las opiniones en las redes sociales de los nuevos ministros. Más que un puente con la ciudadanía, creo que en no pocos casos van a constituir un verdadero muro de contención a las demandas de los chilenos y una traba a los avances en los derechos sociales colectivos e individuales hasta ahora logrados.
El presidente dejó entrever hace algunas semanas que nadie se repetiría el plato en el gabinete. Finalmente no fue así.
Más allá de los nombres, el principal reincidente es el conflicto de interés. Pudo resolver el nudo, pero prefirió repetir la fórmula. La llamada “derecha social” todavía no asoma.
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