Por estos días se produjo bastante bulla con la noticia publicada por La Tercera que informaba de la adjudicación de dineros para la realización de un “documental” que diera cuenta de la gestión de este período de la presidencia de Michelle Bachelet.
La entrega directa de estos fondos (o sea, sin licitación) puede ser tema de discusión; así como el destinatario, que en este caso es la realizadora Tatiana Gaviola. Podrán haber otros nombres más idóneos o no, pero no es lo que me preocupa analizar en este momento.
Lo que considero es que dicha producción debe realizarse. Es más, todos los gobiernos debieran tener uno (o más) videos que den cuenta de su gestión. La administración anterior, de Sebastián Piñera, hizo algo similar pero con la publicación de una serie de libros resaltando hitos de su mandato. Da lo mismo la orientación política o lo exitosa o desastrosa que haya sido la presidencia de tal o cual mandatario, lo importante es que se generen registros de cada época, y que éstos queden archivados y accesibles para la ciudadanía.
En la actualidad no existe una línea oficial para guardar la memoria de cada período presidencial, y, de hecho, hay trabas legales para que cada administración pueda generar documentos que exhiban su trabajo. Más aún, nos topamos con una pésima costumbre de amnesia de gestión, donde los directivos eliminan de los sitios de internet oficiales todos los videos y fotografías de la presidencia que los precedió. Creerán que el universo empieza con ellos.
Los mandatarios anteriores (desde el término de la dictadura) han conservado sus archivos, pero cada cual gestionándolo a su manera, ya sea a través de fundaciones o universidades; pero nada se puede hacer si el día de mañana uno de ellos decidiera eliminar todos sus documentos por problemas de espacio o financiamiento.
¿De qué puede servir todo esto de grabar y fotografiar? Todo esto es memoria y patrimonio. Un ejemplo. Hace unos años se rescató el archivo fotográfico de la Dirección de Arquitectura del ministerio de Obras Públicas. Salieron a la luz miles de fotografías de inicios del siglo XX hasta el día de hoy: la construcción de la estación Mapocho, del palacio de Tribunales, de escuelas públicas en todo Chile y, más actualmente, la restauración de la iglesia de San Francisco o del palacio de La Moneda tras el bombardeo de 1973. Quizá en su momento algún tontito habrá reclamado por el excesivo gasto en placas de vidrio con gelatinobromuro para fotografiar la construcción del museo de Bellas Artes o la Biblioteca Nacional, pero hoy son documentos de gran valor histórico y ese gasto ha sido compensado con creces.
Pero este archivo, junto con otros, no ha sobrevivido por políticas de Estado sino simplemente por buena suerte.Junto a la ignorancia, mala intención, desidia y la visión de extremado corto plazo de ciudadanos y autoridades, es más lo que se olvida que lo que se conserva en Chile.
En unos años o décadas más será sumamente interesante estudiar fotografías y videos del día de hoy, así como nos maravillamos (u horrorizamos) al ver imágenes de nuestro pasado histórico.
Por otro lado se ha cuestionado el costo del “documental” de Bachelet. Y créanme que es bastante más barato, beneficioso y útil que un tanque Leopard o un F-16, los que, a la luz de la Historia, tienen más probabilidad de ser usados para matar personas que para defender nuestra soberanía.
Termino con dos aclaraciones: he utilizado el término “documental” entre comillas porque la producción en cuestión se trata de un video institucional (hecho a pedido y bajo las condiciones de una institución), no un documental. Éste último presenta la visión subjetiva y a menudo crítica de un realizador, lo que no es el caso. Y la segunda aclaración es que no, no ando buscando pega en esta película.
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