El 5 de octubre de 1988 significó el triunfo de la democracia, incluso mucho antes de que se dieran a conocer los resultados del plebiscito durante esa noche. Las campañas previas y el proceso de votación, donde miles de chilenos se acercaron a las urnas para manifestar pacíficamente sus preferencias mediante el sufragio, implicaban el triunfo de las reglas de la democracia por sobre cualquier otro medio.
El 5 de octubre de 1988 simbolizaba el inicio de la restitución de la lucha política pacífica, propia de la democracia, la que fue parte del consenso político que se adoptó a partir de 1990 con el establecimiento de un gobierno democráticamente electo por voto libre y popular.
En contraste con ese 5 de octubre de 1988, el 18 de octubre de 2019 marcó el retorno de las bajas pasiones que debilitan la democracia y destruyen el ámbito público. Los afanes por deponer al gobierno de Sebastián Piñera, a como diera lugar, que mostraron desde un principio los dirigentes del Frente Amplio y el PC, reflejaron que el espíritu democrático impulsado un 5 de octubre de 1988 había sido reemplazado por ardores exaltados y refundacionales.
El desplome del espíritu democrático del 18 de octubre se tradujo en una polarización de las élites políticas nunca vista desde el retorno a la democracia. El juicio absolutamente desajustado con la realidad respecto a lo que fueron los últimos 30 años también evidenció ese desplome. Algo que llegó a un nivel tan absurdo que incluso exconcertacionistas renegaron de sus gobiernos. Lo más extravagante de todo es que los más lapidarios al respecto eran sujetos que nacieron en democracia y que crecieron en el hasta ahora mejor período de crecimiento y bienestar de nuestra historia.
El desplome del espíritu democrático sigue teniendo efectos en Chile y se ha traducido en una paradoja. Los jóvenes, sobre todo los ligados a la política, todos nacidos en democracia, parecen estar atrapados en un anacronismo definido por las figuras de Allende y Pinochet. En algunos casos incluso parecen estar mucho más imbuidos en el contexto del quiebre de la democracia en 1973 que muchos de los reales protagonistas de ese período.
El 11 de septiembre pasado evidenció que tanto las juventudes de izquierda y derecha presentan una falta enorme de reflexión respecto al quiebre democrático ocurrido en 1973, y sobre todo respecto al carácter destructivo e impredecible que adopta la violencia política en cualquier sociedad. Esto se manifiesta en el hecho de que por un lado, parte de las izquierdas jóvenes siguen vindicando una épica revolucionaria, tal como ocurrió en 2019 cuando el Frente Amplio y el PC pretendían hacer de Piñera una especie de Pinochet. Por otro lado, parte de las derechas siguen vindicando una épica autoritaria, como hemos visto en algunos jóvenes del Partido Republicano.
Irónicamente, en Chile pasamos de superar la democracia protegida a partir de un 5 de octubre de 1988, a una democracia amenazada por la polarización y la demagogia desde octubre de 2019. Quizás algo que debe restituirse en Chile, para efectivamente salir de ese fanatismo amenazante, es el espíritu democrático que marcó el 5 de octubre de 1988.
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