De acuerdo. Es falso. El futuro de nuestra patria tiene mucho más que ver con el trabajo minucioso que se hace desde las familias, el emprendimiento, la empresa, la educación, las universidades, entre otros. Los llamados "cuerpos intermedios" tienen un rol decisivo y lo sabemos. Sin embargo, pensando Chile a 50 años, ¿cómo potenciar el desarrollo? ¿Cómo solucionar la crisis de seguridad? ¿Cómo construir un país cohesionado y con un piso de bienestar? Podemos apuntar a la sociedad civil, pero quedará corta. Las familias saben y sufren la impotencia de estar de manos atadas frente a estos desafíos. Y es que todos llevan a la misma Roma: dependen, en buena parte, de la gestión del Estado.
Mucho se ha escrito que, alcanzado cierto nivel de desarrollo, las sociedades enfrentan problemas estructurales cuya solución depende de la fuerza, eficiencia, diseño y conducción estatal. Es la tesis que subyace en variopintos autores como Peter Evans, Francis Fukuyama, Douglas North, Acemoglu & Robinson o Paul Collier. El desarrollo no ocurre a pesar del Estado, sino gracias a él. Basta mirar el mundo para ver que esta ecuación se cumple. Ejemplos como Corea del Sur o Singapur en Asia; Nueva Zelanda en Oceanía; Estonia o Alemania en Europa; e incluso Uruguay y Costa Rica en nuestro continente dan cuenta que, más que "dejar hacer", el Estado puede ser un buen aliado de la sociedad civil en la solución de sus desafíos.
¿Y Chile? Tampoco es la excepción. Nuestro diseño institucional, siempre criticable, tiene mucho que ver con la relativa estabilidad que hemos mantenido en nuestro convulsionado continente. Contamos con un sólido sistema electoral, un sistema financiero transparente, políticas fiscales responsables, presidentes que terminan sus mandatos, organismos autónomos de prestigio -como el Banco Central-, incluso un sistema de salud que, pese a sus falencias, coordinó ejemplarmente, con colaboración público-privada, emergencias críticas como la pandemia.
Sin embargo -todos lo sabemos- estos méritos conviven con dramáticas fragilidades urgentes de atender. Primero, la fuerza. Es lo más básico. La existencia del Estado depende de garantizar su monopolio. Y acá seguimos haciendo agua. Según el CEAD, el 2024 las policías conocieron 1.882.924 delitos y faltas. Es decir, 5.159 por día. Estos son los conocidos; la "cifra negra" es 68% mayor. ¿Qué hace el Estado? Para prevenir, emplea 53 mil carabineros mal equipados. Para investigar, 12 mil funcionarios de la PDI. Cada uno tiene que investigar casi 150 casos por año. Imposible. ¿Qué hacer? Si bien el nuevo Ministerio de Seguridad Pública y las 65 leyes aprobadas van en la dirección correcta, urge pasar del dicho al hecho: más inteligencia, más personas, mejor equipamiento.
Segundo, modernización. Considerando el presupuesto 2025 y la población censada, el Estado de Chile cuesta $4,4 millones por nuca al año. La pregunta es ¿funciona bien? ¿Nos facilita la vida? Mientras estados más chicos como Estonia tiene el 99% de sus trámites digitalizados, disponibles 24/7, en Chile tenemos que hacer eternas colas por una cédula o pasaporte. Lo mismo con la "permisología". Que un proyecto inmobiliario requiera 7 años de tramitación o un estudio de impacto ambiental demore 2,8 años en promedio es una locura. No se trata de desregular, sino de coordinar y simplificar. Que el Estado sea el facilitador del desarrollo, no su freno.
Por último, solidaridad. Enfrentar la pobreza, garantizar el acceso a cuidados, fortalecer la educación y la salud requiere una lógica distinta. No basta con meras transferencias monetarias. El Estado no es un mero administrador de plata o balas. El Estado tiene un rol social inherente e indelegable que debe transpirar y transmitir. Esto implica entender las trayectorias familiares, intervenir de manera integrada y acompañar procesos de movilidad social reales. Debe ser un Estado "pro persona", desvelado por atender especialmente a los más necesitados. Es cierto, hemos avanzado. Pero los 230 mil niños del sistema de protección (exSename) o los 22 mil en situación de calle no pueden dejarnos tranquilos.
El futuro de Chile no depende solo del Estado. Pero sin un mejor Estado, ese futuro será más incierto, desigual y frágil. La seguridad, el desarrollo y el bienestar no se resuelven solo con "buena voluntad". Requieren capacidad pública, dirección política y gestión estatal. Podemos criticar y criticar al Estado. Pero, ¿qué estamos haciendo para mejorarlo?
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado