El partido que queremos ser

A riesgo de parecer extemporánea en días en que todas las miradas y esfuerzos están centrados en la segunda vuelta, resulta necesario analizar los resultados electorales del Partido Demócrata Cristiano (PDC). No para rasgar vestiduras por derrotas dolorosas ni menos para hacer brindis por una que otra victoria resonante, sino que para ver cómo volvemos a estar en el corazón del Chile democrático.

Salta a la vista. Esta elección reafirmó que la DC ya no es la fuerza política más importante del país, no al menos en cuánto a cantidad de votos ni de parlamentarios.

Casi sin excepción, desde 1993, el partido bajó tanto en número como en porcentaje de sufragios, fenómeno que por anchas o por mangas nunca ha sido analizado en profundidad para entender sus causas y de ahí buscar soluciones.

Siempre ha habido una excusa para no hacer ese análisis crítico.Y creo que si de verdad queremos a nuestro partido, debemos sentarnos y decirnos con humildad, respeto y franqueza en qué estamos fallando para qué nuestro mensaje no llegue como antes a los chilenos.

¿Quiénes no votaron por nosotros? Una pregunta que no por obvia es fácil de responder.Primero, porque hoy es tal la apatía que son más lo que no sufragaron que aquellos que si lo hicieron, por lo que estamos en presencia un universo del que poco o nada sabemos, lo que impide hacer proyecciones claras y precisas sobre votos que podemos o no tener en ese segmento.

No obstante, resulta evidente que nuestro potencial electoral decae. Si se miran las cifras, hay que asumir que esta disminución tiene al menos un par de explicaciones.

Nuestro partido es el que más ha sufrido con fenómenos regionales como los del norte grande, donde la no solución de problemas locales dio paso al surgimiento de movimientos que corroen nuestra base electoral, tal como lo la hecho la UDI en zonas urbanas.

¿Cuánto pesa hoy la DC? No podemos remitirnos a la simple suma o resta de diputados y senadores.Si miramos las zonas que representamos, en términos meramente electorales la realidad es crítica, porque estamos representando en general a las zonas con menos habitantes y a sectores rurales (quizá resabio de la reforma agraria), que por cierto cada vez tienen menos personas.

Hacer nada es esperar que el resto nos pase por arriba y validar la tesis de que la DC está aislada electoral y doctrinariamente dentro de la Nueva Mayoría.Creo, sin embargo, que ello no es así.

Pese a todo, el Partido Demócrata Cristiano sigue teniendo un colchón de votos importante y si se compara el programa de Michelle Bachelet con el de Eduardo Frei en 2009, se constata que no estamos acá sólo por temas electorales, sino que por una propuesta que recoge muchas de las ideas que lanzamos hace seis años y las que propuse el año pasado en las primarias de nuestro partido.

Sin embargo nos vamos a quedar solos si no somos capaces de articularnos con las nuevas fuerzas y movimientos sociales.Ciertamente no somos lo mismo, pero tenemos relaciones, historias comunes, coincidencias programáticas con nuevos actores políticos como Revolución Democrática y Fuerza Pública y la directiva tuvo la capacidad de incluir en nuestra plantilla parlamentaria a movimientos sociales como el de Aysén, lo que permitió la histórica elección de Iván Fuentes como diputado.

Han sido más sombras que luces, ciertamente. En caso contrario, el declive no hubiese sido tan claro. Por ello, creo que llegó la hora de sincerar posiciones y definir cuál es el partido que queremos ser.

¿Vamos a transformarnos en el gran muro de contención o en el dínamo de la transformación profunda que requiere el país? Lo dije en nuestras primarias y lo reitero ahora.

La DC debe volver a sus orígenes de partido revolucionario, de partido con ideas, de partido con corazón joven que cautivó con figuras como Frei, Valdés, Tomic y Leighton.

Hoy más que nunca Chile necesita una revolución en libertad.

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