Una de las mayores debilidades de las fuerzas políticas autoritarias y populistas es la vaguedad de su proyecto político para Chile o la opacidad que rodea a sus propuestas más rimbombantes. Así ocurre, por ejemplo, con la reducción de 6.000 millones de dólares del Presupuesto Nacional anunciados por la candidatura presidencial del Partido Republicano.
Sus voceros y el propio candidato, J.A. Kast, han sido incapaces de adelantar una sola palabra sobre la materia, tampoco han desmentido si su idea es reducir el gasto social en Educación, Vivienda, Pensiones, Salud, o si piensan hacerlo recortando parte de los gastos permanentes como son las asignaciones de recursos en Defensa, Orden Público o Administración del Estado. Algún vocero más pretencioso indico sólo incoherencias. En definitiva, el populismo en su esencia es una fuerza contestataria, negacionista y ultraconservadora al querer volver atrás, al régimen autoritario.
Por eso, no pueden reconocer cuál es el sentido estratégico de lo que están señalando, repiten la misma argumentación de los tecnócratas neoliberales: mientras más chico el Estado mejor, tampoco analizan el país en sus necesidades del presente y en las de largo plazo. Como alternativa de gobierno carecen de proyecto-país, contiene ambiciones y resentimientos, pero no tiene respuesta a las exigencias de gobernar. Al final, como la experiencia de Argentina señala, son una nueva "casta", ansiosa de poder.
Lo que hay en su retórica son afirmaciones rotundas, imposibles de hacer en un día ni siquiera en varios años, como "terminaremos la inmigración irregular", "acabaremos con la corrupción y la delincuencia", "resolveremos" y otras tan rimbombantes como las anteriores. La porfiada realidad desmiente claramente tales ensueños.
Por esta mala práctica se ha erosionado la confianza de la ciudadanía y ha crecido el desencanto. La situación se torna más ingrata cuando los movimientos sociales reclaman por las promesas que se hicieron y hay ocasiones en que la represión policial es la respuesta. Ahora se olvida, pero así pasó en los días previos al estallido social en octubre de 2019, ministros del expresidente Piñera se burlaban de las protestas estudiantiles ante el alza de tarifas del Metro. Por eso, no hay que olvidar, en la lógica del poder neoliberal la culpa no es del que mintió sino que, paradójicamente, de los que fueron engañados.
Esta realidad, la resistencia de las estructuras establecidas al cambio también afecta y, severamente, a los gobiernos progresistas que, una vez asumidos, encuentran porfiados obstáculos a los planes de transformación de la realidad económica y social. Esas carencias estructurales carcomen las mejores intenciones. No se puede hacer, de la noche a la mañana, el conjunto de ideas, sueños y propósitos que se pensó realizar.
He aquí el nudo del desafío político: tener el tiempo necesario para concretar tareas y reformas que dignifiquen el diario vivir. No es fácil avanzar sin caer en demagogias vergonzosas o dejar la tarea ante las dificultades. Hay que unir voluntad ante los obstáculos y responsabilidad en la práctica cotidiana.
Lograr explicar este dilema es un paso, puede aliviar las críticas, pero no resuelve el problema de fondo: mantener el respaldo social que se requiere para poder emprender las reformas comprometidas y ser capaces de persuadir a la comunidad organizada que esas ideas requieren una preparación y una base material que muchas veces no existe o no está a punto y se necesitan condiciones que hagan posible las reformas tan esperadas.
En consecuencia, hay una exigencia hacia la política democrática sin precedentes, porque ante estas dificultades crece la ultraderecha que cabalga en la ignorancia y el apremio que producen empleos precarios y/o salarios paupérrimos. Asimismo, una necesidad vital del sistema, el consumismo, empuja a que las personas se olviden de sí mismas y solo se interesen en los productos que el bombardeo mediático instala como indispensable. Así, la "gente" no piensa en ella sino que en las mercancías que le ofrecen. La vida social desaparece y queda el individuo aislado.
Tampoco sirve la fácil solución de algunos que señalan que hay que ponerse "al centro", en este dilema, ese centro, es decir, situarse equidistante de dos grandes alternativas no existe como posibilidad, entre la opresión y la libertad no hay término medio, entre la autonomía personal y la esclavitud consumista tampoco. Lo que se necesita es definir una vía de reformas que agrupe una mayoría nacional que las haga suyas. Ese es el proyecto-país.
Lo que se proponga queda sujeto a las correcciones de la práctica política y social, sin embargo, un Programa bien pensado reúne a los Partidos y fuerzas sociales en torno a compromisos de reformas y no a estados de ánimo de los diferentes liderazgos o impulsos individuales, la vía democrática de las transformaciones es una orientación esencial. Así entiendo el documento programático complementario que entrego nuestra candidata presidencial, Jeannette Jara, hace una semana. Un avance hacia un proyecto-país. Una vía a cambios necesarios ejerciendo plenamente el pluralismo y la diversidad, insertos en el mundo, pero, teniendo a la realidad chilena como objetivo fundamental.
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