En sus últimas columnas en Cooperativa, Daniel Jadue (16 de diciembre) y Camilo Escalona (26 de diciembre) sostienen que el actual descrédito de la izquierda chilena se debe a la falta de "unidad, responsabilidad y madurez de las fuerzas transformadoras", alimentadas por el "control de los medios de comunicación por parte de la derecha y sus campañas de mentiras".
La miopía intelectual de Jadue y Escalona oculta que el descrédito afecta a la política en general, al menos desde la última década, debido a políticos y demagogos de derecha e izquierda que han creado un statu quo socialista a través del keynesianismo económico y el marxismo cultural.
En el "Manifiesto Comunista" (1848), Marx y Engels dicen que su sistema puede resumirse en una frase "la abolición de la propiedad privada" para asegurar una "armonía de intereses colectivos". Si el derecho de propiedad privada consiste en que cada persona es dueña y responsable de su cuerpo, mente, acciones e intercambios voluntarios, la abolición de este derecho implica que los gobernados son esclavos sujetos a la voluntad del órgano director.
Por un lado, representantes de derecha e izquierda han promovido el socialismo a través del keynesianismo. Es la promesa política de alto crecimiento económico y pleno empleo a corto plazo a través de políticas fiscales y monetarias expansivas. De ahí los sucesivos aumentos de los impuestos presentes, de la deuda pública (impuestos futuros), de la manipulación del dinero y del crédito, y del señoreaje (impuesto inflacionario) para financiar el gasto deficitario. El problema es que las políticas keynesianas reducen los niveles de ahorro e inversión y estancan la productividad y los salarios, anticipando un crecimiento económico insostenible. Por ello, entre 2017 y 2022 la pobreza aumentó de 7,5% a 10,5%, la desigualdad de ingresos -medida por el índice de Gini- de 44,4 a 47 y un crecimiento promedio del 2% anual y recesión en 2023, además de un incremento en los campamentos de 66% y una tasa de informalidad laboral de 28%.
Por otro lado, el marxismo cultural ha contaminado a la sociedad chilena a través del aforismo gramsciano de la hegemonía cultural para abolir el derecho de propiedad privada. Frente a una derecha sumisa, la izquierda ha contaminado la educación, la cultura, las artes y los medios de comunicación con los valores del socialismo: odio, envidia, resentimiento, desigualdad jurídica y robo. Todo bajo la máscara de la "corrección política" que confronta a las personas en temas como ingresos, género, lenguaje, raza. El resultado es una sociedad de "ofendidos", promoviendo la censura, la irresponsabilidad individual, la violencia y el crimen.
Los estragos del keynesianismo y del marxismo cultural esclarecen, por ejemplo, las causas del estallido social, el cambio constitucional y el triunfo electoral del Presidente Boric y sus amigos. Sin embargo, los chilenos se están dando cuenta de que el paternalismo excesivo y la dictadura de la corrección política no traen prosperidad (¡todo lo contrario!), lo que explica el amplio triunfo del rechazo a la propuesta de constitución socialista y el descrédito de la política. Como dijo Ayn Rand en "Atlas Shrugged" (1957), "cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada".
Jadue y Escalona creen que las fuerzas políticas están "profundamente alejadas de las calles y del pueblo", pero pasan por alto que el empobrecimiento de los chilenos proviene de las políticas socialistas que alegremente apoyan. En este contexto, cambiar el statu quo requiere desenmascarar las falacias keynesiana y marxista, bajo la etiqueta de "progresista". Mientras los silogismos de estas pseudofilosofías conserven su prestigio inmerecido, el profano en teoría económica seguirá culpando al capitalismo de las desastrosas consecuencias de la mentalidad anticapitalista.
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