En los zapatos de los migrantes indocumentados

Las declaraciones del candidato Pablo Longueira respecto a los migrantes indocumentados que él, junto a otros, llaman “ilegales”, deben rechazarse. El fenómeno de las migraciones es una realidad en nuestro país como en todo el mundo y hay que parar de raíz cualquier atisbo de nacionalismo simplón y discriminador.

Longueira dice que los “migrantes ilegales” obtienen “(…) fuentes de trabajo que podrían tener mujeres chilenas; están usando infraestructura de la salud y la educación”. Dice además que una nueva ley migratoria tiene que hacer que el desarrollo económico “(…) lo disfruten primero los chilenos y aquellos que ingresen legalmente al país y no como está ocurriendo”.

Ante esto, hay algunas reflexiones que me gustaría compartir.

Ninguna persona es ilegal. Existen actos que pueden ser ilegales, más no las personas. El lenguaje crea realidad. Y la realidad que la palabra “ilegal” genera es la de criminalidad, además de todas las asociaciones que surgen desde ese concepto como narcotraficante, prostituta, ladrón, estafador, etc.

Desde hace años la separación entre “migrantes legales” e “ilegales” es rechazada porque criminaliza a la persona, es un apellido que desgraciadamente se les da a muchos migrantes y que se basa en la ignorancia.

Los migrantes indocumentados cometen una infracción administrativa, están sin documentos o con sus documentos vencidos, es como si un chileno se le venciera su carnet de identidad, esto, en ningún caso es un crimen. Tildar de “ilegal” a estas personas por este hecho es dar un salto cualitativo peligroso de cara a la estigmatización y xenofobia reinante en muchos círculos de chilenos.

Migrar es un derecho humano (Art. 13 de los DDHH) y no migrar también. Los países debiesen generar las condiciones necesarias para que las personas puedan vivir dignamente en el país que nacieron, y si no ocurre así, tenemos el pleno derecho de buscar una mejor calidad de vida fuera del país.

Los migrantes, aún los indocumentados, no quitan trabajos a los chilenos sino más bien, hacen trabajos que otros chilenos no quieren hacer o a salarios que los chilenos no están dispuestos a recibir. Es de una ignorancia mayor que el señor Longueira aluda a este argumento sin citar siquiera un estudio que compruebe sus dichos. Es una afirmación muy recurrente y poco fundamentada.

Con respecto a saturar los servicios, los migrantes, que en Chile no superan el 3% del total de la población, tienen el derecho a recibir salud y educación al igual que los chilenos. La labor del Estado es asegurar que puedan recibir esos servicios y los que no estén regularizados debe facilitar las vías de regularización para que puedan gozar de ellos.

La mirada sobre la migración como una carga social, o desde una mirada puramente economicista (como un producto que si nos beneficia se usa y si no se desecha), va en contra de los convenios internacionales firmados y ratificados por Chile (como la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares), por lo que debería ser repudiado socialmente y a su vez ser modificado por una mirada sobre la migración desde los derechos humanos.

El gran problema de la ilegalidad es la absoluta vulnerabilidad en la que se encuentran los migrantes. Los sin papeles suelen vivir en las peores condiciones de vivienda, muchos alojando por meses en colchonetas hacinados, sin redes de contención ni protección humana; sin contrato, obviamente, y, por lo mismo, recibiendo sueldos muy por bajo lo que ganan los demás, sin ninguna seguridad.

Esos sueldos de hambre sirven para ser enviados a sus países de origen donde “cunden más”, y aquí sufren lo indecible. Sin duda que hay que regularizar la documentación, pero sobre todo en vistas de la protección y dignidad de personas que lejos de ser criminales, suelen ser personas de gran esfuerzo y heroísmo.

Si hubiese que criminalizar a alguien debiera ser a los empleadores y traficantes de personas que se aprovechan de la debilidad de otros para ganar más dinero a menos costos, prácticamente esclavizando a mujeres y hombres que buscan un mejor porvenir para su familia. Los indocumentados están aquí porque alguien les da trabajo, porque se han reunido con su familia o porque buscan mejorar su calidad de vida.

Desde la cultura judía y cristiana, y desde muchas otras tradiciones que alimentan nuestra identidad chilena, la hospitalidad con el extranjero tiene un valor sagrado. Más aún si este se encuentra en una situación de vulnerabilidad, como la que se encuentran los migrantes indocumentados.

Si Longueira, y otros, se pusieran mínimamente en el zapato de los migrantes indocumentados, jamás dirían lo que han dicho.

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