En memoria de Carlos Marx

El 5 de Mayo de 1818 nació Carlos Marx y murió un día 14 de Marzo de 1883; este es el año del bicentenario del eminente pensador que revolucionó la filosofía, la economía y la política, impulsó el movimiento obrero internacional y fundamentó la lucha por una opción socialista que superara las injusticias y contradicciones antagónicas de la civilización humana.

Marx perseguido desde sus primeras obras al afirmar que la explotación social, la ignorancia y el embrutecimiento de los trabajadores no eran inherentes al ser humano y promover la superación histórica de la sociedad de clases, soportó una vida llena de privaciones y sumida en la pobreza, movido por su afán de investigar y crear una concepción del hombre y de la sociedad que al fundamentar una vía para el progreso social, lograse sacudir de la superstición y la resignación a las fuerzas capaces de “interpretar el mundo y transformarlo”.

Su gran adversario fue la apropiación de la riqueza y del poder por las  autocracias, y el joven Marx se rebela contra la opresión y la ausencia de libertad. Por eso lo persiguen y debe emigrar de Prusia a París y desde allí a Bruselas y de nuevo hacerlo otras tantas veces, hasta instalarse con su familia en Londres, donde murió y están sus restos.

Fue un hombre fuera de lo común, que no buscó riquezas o privilegios, como ciertos adeptos que difunden una versión primitiva de sus ideas y recurren a métodos anti democráticos para perpetuarse.

Su camarada de toda una vida, Federico Engels, quien le acompañó en su incesante esfuerzo teórico y le apoyó materialmente cuando le golpeaban las penurias, sabía bien que no eran joyas fastuosas las que movían a Marx, que jamás claudicó o entregó su conciencia, a cambio de halagos o dinero mal habido.

Hay quienes se mofan porque se rinde tributo a su memoria. Dicen que es un sueño romántico que la práctica invalidó. No reconocen que incluso el método de pensar que permitió encarar las crisis periódicas del capitalismo incorpora el historicismo de Marx, que analiza las condiciones concretas de un momento dado siendo el primero que descubrió e investigó el carácter cíclico de sus insolubles contradicciones.

Por ello, Engels formuló esta magnífica síntesis del pensamiento de Marx, al afirmar que descubrió, “...el hecho, tan sencillo pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres...”

Marx rechazaba desde su ser más profundo la explotación del ser humano y el cruel aplastamiento de pueblos y grupos sociales por el ilimitado afán de ganancias del capitalismo en expansión del siglo XIX; sin embargo, desplegó una lucha tenaz contra el uso del terrorismo y del atentado personal por el movimiento socialista. Así condenó y derrotó el anarquismo de Bakunin y Proudhon en la I Internacional.

Es probable, que la obra más leída de Marx y Engels, escrita en 1848, sea el “Manifiesto Comunista”, en la que dejó impresa esa frase tan temida y tantas veces mal interpretada: “La historia de la sociedad hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”.

En efecto, ya no se puede desconocer, en forma sensata y fundada, que los intereses concretos de los grupos sociales, unas veces inmediatos, otras a largo plazo, son los motores que explican la causa de tantos hechos o decisiones humanas, individuales o masivas, sin por ello dejar de apreciar como en esos actos, también están presente  en creencias, ideologías, liderazgos, aciertos o yerros políticos, de los involucrados en la trama inabarcable en su complejidad, que es la historia de la civilización.

Pero no son actos ajenos al ser humano y a su forma de vivir y organizar su comunidad o nación. Marx afirmó la convicción que los pueblos debían tomar en sus manos su propio destino, teniendo presente la naturaleza irrepetible de cada contexto histórico, con vistas a un nuevo tipo de convivencia social, capaz de superar la opresión reinante hasta entonces, sobre la base del imperio de la razón y la justicia.

Advertía que turbulentas multitudes han sido movidas contra sus propios intereses, como tantas veces pasó con siervos y campesinos movilizados por la nobleza, durante siglos, para arrancar concesiones de reyes, zares o sultanes, o al revés, como las monarquías se protegieron usando a la masa de los pobres, irritada con las aberrantes humillaciones a que los nobles les sometieron de por vida.

La fuerza material de una opción consciente por la razón y la justicia, fue para Marx el ejército de trabajadores que con un esfuerzo tan inusitado como imprevisto, cambió para siempre la sociedad campesina y patriarcal, basada en la servidumbre, bajo el impulso revolucionario de la burguesía que desplazaba a la nobleza y ascendía al poder.

Aquellas masas provenientes del campo, debían trabajar hasta la extenuación para mal sobrevivir y hacer posible el salto de la servidumbre al gran capital en poco menos de medio siglo.

La introducción de los motores a vapor, el aumento multiplicado de la producción de algodón y carbón hasta acometer la portentosa empresa de implementar el transporte por medio del ferrocarril, fueron el fruto de sus fuerzas que se agotaban en una formidable producción industrial, desconocida hasta entonces. Lo que recibieron a cambio fue segregación y pobreza. En los cordones de miseria urbanos, se reconocieron como proletarios.

De ellos surgió la solidaridad y ayuda mutua, rebeldía, organización y voluntad de lucha que Marx concibió en sus análisis como fuerza moral y teoría filosófica y política.

Así proyectó el proletariado como sujeto social capaz de superar la “prehistoria” humana.

En todo caso, esas multitudes de migrantes de las que brotó el proletariado y que irrumpen con la primera revolución industrial no son ni podrían ser el mismo sujeto histórico de la era global. Su organización, disciplina cayó con las guerras y el ultra nacionalismo, el racismo y el auge de las fuerzas productivas al globalizarse el dominio del gran capital.

Ello indica porqué el capitalismo no colapsó a pesar de crisis tan violentas, como la de 1929, o tan complejas como la reciente del 2008-2009, que al remecer el sistema permitían, teóricamente, la irrupción del sujeto histórico del cambio social.

En tal sentido, la capacidad de adaptación del capitalismo se multiplicó muy por encima de lo que Marx pudo prever en sus análisis y observaciones de un tipo de producción brutal, pero totalmente diferente al actual.

Marx valora la potencia disruptiva del capital y el carácter ascendente de la burguesía de su tiempo, afirmando en “El manifiesto” que “crea un mundo a su imagen y semejanza”. Así, considera el capitalismo como sistema mundial, criticando el ciego nacionalismo de su época, los absurdos localismos y el sectarismo sin perspectivas que acompañan a estos fenómenos.

Por eso, su mirada se dirige, una y otra vez, hacia el proletariado, en cuya capacidad de convertirse en “clase dirigente” deposita el conjunto del formidable optimismo histórico que le anima como científico social y líder de la I Internacional, aquella que bajo su guía, inmortalizó el lema de “Proletarios de todos los países, uníos”!! Se trata de un llamado de contenido universal, cuya meta es hacerse escuchar e influir en el destino de la civilización humana como conjunto.

Al extender ese valor al período de “la toma del poder”, aquel en que debiese pasar a ser “clase dominante”, Marx introduce el concepto de la “dictadura del proletariado”.

Las experiencias estatales que en el siglo XX, implementaron esa idea - bajo el término de “socialismo real”- se derrumbaron al entender la sociedad socialista como un modelo prefabricado, sujeto a un manual que sometía a una ingeniería de detalle la marcha del “proceso revolucionario”.

Así, ese dogma frustró la experiencia histórica que lideró el movimiento comunista internacional, al no ser capaz de resolver el desafío histórico que estaba en juego.

La ausencia de democracia, de ejercicio del pluralismo y de la diversidad, a la postre, el endiosamiento de los gobernantes, impidió hallar las respuestas esenciales ante el reto planteado. Fue errada la teoría del partido único, como exclusivo dueño de la verdad y monopolizador del poder, así colapsaron Estados que parecían inamovibles.

Por eso, hay que insistir que un sistema político sin pluralismo está condenado al fracaso y es ajena a Marx, cuyas ideas, además, no son un dogma sino que un guía para la acción.

En 1933, en Chile, el Partido Socialista nació con esa convicción, por ello su declaración de principios señala: “el PS adopta como método de interpretación de la realidad el marxismo, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social”.

Luego, pensadores como Eugenio González, fundamentaron una doctrina que sitúa como esencial la realidad chilena, con vistas al logro de los objetivos socialistas en democracia, idea antagónica a cualquier dogma y a las deformaciones de líderes o grupos que pierden contacto con el devenir social que debe ser lo primordial.

Marx aspiraba a la humanización de las relaciones de poder, en ningún caso a la instalación de gobernantes perpetuos. La “vía chilena” de Salvador Allende caminó con esa inspiración a través de la sucesiva transformación de la propia institucionalidad, de acuerdo a la realidad chilena y con la voluntad de crear un “segundo modelo” de avance democrático al socialismo, proceso que fue brutalmente interrumpido por el Golpe de Estado pinochetista.

La ardiente convocatoria de Marx por una época en que el ser humano se libere de las diversas formas de opresión a las que está sometido, esa invocación libertaria es una meta a forjar por la civilización humana.

La ruta será la democracia, es decir, una vía que no será impuesta sino seguida de modo consciente y organizado en cada país, de acuerdo a su realidad, sin suprimir la libertad sino que afirmándose plenamente en ella.

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