Los "gustitos políticos", término coloquial que describe la tendencia de líderes y organizaciones políticas a conceder en caprichos o pequeñas victorias personales en detrimento de políticas más responsables y beneficiosas para el colectivo, nos remiten al concepto de "el avance de la insignificancia", propuesto por Cornelius Castoriadis. Este pensador, filósofo y psicoanalista francés -de origen griego- es ampliamente reconocido por sus contribuciones a la teoría social y política, especialmente por su crítica a la modernidad y su análisis sobre la crisis de significado en las sociedades contemporáneas.
Castoriadis argumentaba que vivimos en una época caracterizada por un creciente vacío de significado, donde los proyectos colectivos y las visiones significativas de futuro han sido reemplazados por un enfoque en lo inmediato, lo superficial y lo individual. En este contexto, el "avance de la insignificancia" se refiere a cómo las consideraciones triviales y los intereses personales comienzan a dominar el espacio público y político, desplazando los debates más profundos y los esfuerzos por abordar los verdaderos desafíos colectivos.
En el actual contexto chileno, marcado por un creciente desencanto con la política y sus instituciones, emerge una preocupante disyuntiva para el progresismo: la pérdida de respaldo en los sectores populares, fundamentales para su sustento ideológico y práctico; y en medio de una coyuntura actual, donde la negociación de candidaturas para las próximas elecciones desnuda pulsiones de supervivencia y protagonismo, eclipsando principios y relegando el bien común al olvido. Esta realidad configura un escenario en el que los desafíos no solo se centran en la reconquista de la confianza y la representatividad, sino también en la redefinición de un progresismo que se resista a ser subyugado por la inmediatez y la individualidad.
Estos "gustitos" pueden tomar diversas formas, desde decisiones políticas que buscan satisfacer intereses personales o de grupo a corto plazo, hasta la promoción de políticas populistas que pueden tener un atractivo inmediato pero resultan insostenibles o dañinas a largo plazo. En ambos casos, el costo no recae solo en los recursos o en la coherencia de las políticas y estrategias, sino también en la confianza de la ciudadanía en sus instituciones y líderes.
La indulgencia en "gustitos políticos" sugiere una desconexión entre los líderes y las necesidades reales de la sociedad, así como una falta de visión a largo plazo. Esto, a su vez, alimenta el escepticismo y la apatía entre los ciudadanos, quienes llegan a ver la política como un espacio dominado por intereses personales y disputas insignificantes, en lugar de un medio para la resolución colectiva de problemas.
Para contrarrestar el avance de la insignificancia y la tentación de los "gustitos políticos" es crucial reivindicar el espacio de lo político como un ámbito de debate significativo, compromiso ético y responsabilidad colectiva. Esto implica no solo una reflexión crítica sobre las prácticas actuales de los líderes y organizaciones políticas, sino también un esfuerzo por parte de la ciudadanía para demandar y participar en un discurso político más profundo y significativo.
En última instancia, superar los "gustitos políticos" y el avance de la insignificancia depende de nuestra capacidad para imaginar y construir colectivamente un proyecto de sociedad que trascienda lo inmediato y lo trivial, en favor de un compromiso renovado con los valores de justicia, solidaridad y dignidad humana. Este es el desafío que Castoriadis inspira, un llamado a reimaginar y reinventar lo político en una época de significados perdidos y desafíos emergentes.
En esta era, sobresaturada de información y plagada de distracciones, que convierte todo en espectáculo, es imperativo para el progresismo superar la banalización de la política. La tarea pendiente es lograr una comunicación que, resonando profundamente con las vivencias y esperanzas de las bases populares, reconstruya la representación y la credibilidad que han ido desgastándose.
Como corolario, si el progresismo aspira a recobrar su resonancia y su legitimidad, debe renunciar a la tentación de las victorias efímeras. Su deber es construir una narrativa que, arraigada en las realidades tangibles de la gente, articule una visión de futuro capaz de movilizar y transformar. La efectividad y relevancia de este discurso se fundamentarán en su autenticidad y en su dedicación firme a impulsar transformaciones sociales sostenibles y genuinas, constituyendo así un desafío crucial para el progresismo.
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