La crisis de la democracia cristiana es resultado de un proceso histórico de pérdida de consistencia y coherencia permanente, lo que lleva a la pérdida de la comunidad partidaria y con ello la desaparición de los afectos y el respeto. Por lo tanto, no hay ningún soporte para que exista en este momento ni fraternidad y ni generosidad.
La dilución del espíritu demócrata cristiano se produce por el reemplazo del espíritu comunitario por el interés individual, explícitamente y de modo directo desde los años 90 en adelante. La democracia indirecta, reflexiva y comunitaria del partido fue sustituida por la democracia directa, en base a intereses e individualismos.
Este modelo de democracia interna fue socavando cada vez más la convivencia interna en función de los intereses corporativos clientelares. Junto con ello, la perdida de la formación política genera generaciones diversas de militantes jóvenes que no lograron conocer la doctrina y la ideología humanista cristiana, menos la historia del partido, generando con ello una contaminación ideológica desde el materialismo-estructuralista e individualista, imponiéndose incluso criterios ideológicos foráneos como la lucha de clases, la ideología de género, la pérdida del valor del derecho a la vida, la perdida de la noción de bien común, entre otros.
La inspiración cristiana fue reemplazada por la inspiración materialista y la vocación nacional y popular, fue suplida por la vocación individualista y de clase. En definitiva la democracia cristiana se quedo sin espíritu.
Podríamos decir, explícitamente, que la democracia cristiana está muerta. La pregunta es, entonces, ¿qué la salva ante la muerte presente? La esperanza. La esperanza de esperar algo donde nadie espera que ocurra. La esperanza de que existan personas de buena voluntad donde reinan los sepulcros blanqueados, la esperanza que la militancia vote razonablemente y no orientada por instintos y anti-valores.
Por consiguiente, ¿hay esperanza? Sí, por cierto, hay, porque esperanza es esperar algo que nadie espera.
Muchos de los que tenemos esperanza, la tenemos por nuestra fuerte inspiración cristiana y vocación nacional y popular. Creemos que todo aquel que se guíe por esta inspiración, independiente de su énfasis más de derecha o de izquierda o bien de centro, es un demócrata cristiano auténtico.
Por lo tanto, todo aquel que descalifica o etiqueta en base a ello es porque perdió el espíritu, no tuvo formación o bien sus intereses individuales o su sobre-ideologización lo ha cegado.
Resultado de esto es que la única posibilidad que tiene la democracia cristiana es, que sus militantes, reconociendo la inspiración cristiana, asuman o adopten una voluntad para entenderse. De lo contrario, el humanismo cristiano, como concepción de sociedad, adoptará otro hogar político.
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