¿Existe la centroizquierda en Chile?

Definitivamente no.

En primer lugar porque el centro significa que no está en ningún lado o que fluctúa de un lado para otro, posición política que ocurre cuando no se tiene ningún punto de referencia.

Por el contrario, en el país el modelo neoliberal y el comportamiento consumista, lo que construye personalidades adictas al individualismo, al egoísmo y la competencia, no deja espacio para la duda: hay que defender estos principios cueste lo que cueste, es decir, a costa de los sectores trabajadores, las clases medias y el territorio.

La izquierda en su sentido real, no manipulado, se refiere al papel del Estado como regulador de la sociedad, protector de los derechos fundamentales, defensor de la riqueza nacional y controlador de las élites privatizadoras de la vida.

Es decir, significa el establecimiento de una educación gratuita para todo el pueblo chileno (incluidos los hijos de las “mejores familias” porque pagarían impuestos justos), salud pública de calidad ya que el presupuesto se dirigiría a la construcción de una política al servicio de la población y no al sostenimiento de la enfermedad comercializada.

Igualmente sostendría pensiones de jubilación proporcionada por el Estado, vitalicias, reajustables, superiores al 80% del último salario, permitiendo que las AFP entregasen exactamente cuentas de ahorro individual con intereses mínimos, lo que permitiría a cada nacional decidir en consecuencia.

El mar no sería privatizado de ningún modo sino que su riqueza sería explotada por quienes más lo requieren como pescadores en asocio con sectores gubernamentales para proveer tecnificación.

Lo que si existe es el bipartidismo de derecha conformado por dos Alianzas que impulsan el modelo neoliberal aunque uno de ellos lo humaniza a través de proyectos particulares, bonos, dádivas, becas, todo pagado obviamente, mientras el otro posibilita créditos y más créditos hasta en cuotas por años.

La idea en ambos es que la vida sea mercantilizada aunque impidiendo la organización social para que el conflicto no sea expresado. Razón de ello es la inmensa propaganda sobre el incremento desbordado supuestamente de la delincuencia “barata”, cuando en realidad se descubre el incremento absoluto de la delincuencia de cuello blanco, esa sí no castigada y para la cual las leyes la protegen: el regalo de 125 millones de dólares a la transnacional  Jhonsons no puede olvidarse pues su autores siguen en libertad. Los “portonazos” al país sí deben ser de preocupación gubernamental.

Parece ser que está germinando la idea de constituir partidos soberanistas frente a la Alianza de agrupaciones sin visión transformadora, lo cual es la única fórmula para aglutinar todas las voluntades que desean una nación donde las riquezas sean distribuidas de modo equitativo pues las cifras no lo avalan: ante un 90% de chilenos que gana menos de un millón de pesos mensuales (mínimo para sobrevivir), el 0,001% obtiene sumas superiores a los mil millones.

Naturalmente es factible reconocer que existen intentos aislados de reformar algunos sectores sociales, como la misma educación, sin embargo, sin modificar la Constitución que es la fuente doctrinaria del cambio no basta ni es coherente con estas propuestas.

Cuando los diálogos sobre los tratados internacionales siguen en discusión, sería interesante preguntarse si el mar que existe en Chile es de sus ciudadanos o ha sido arrendado a perpetuidad a empresarios privados. Da la impresión que ello cambiaría el sentido y profundidad de la discusión.

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