Garzón, el prevaricador

La izquierda chilena tiene algunos problemas para escoger a sus héroes y santones. Esto no solo sucede con los delincuentes de la primera línea, homenajeados en el exCongreso, indultados y ahora -como sabemos-, pensionados por el gobierno, aun cuando en algunos casos se trata de prófugos de la justicia. También ha ocurrido con otros personajes de un mayor "pedigrí", como el exjuez español Baltazar Garzón, invitado a nuestro país en un vuelo de primera clase, pagado por la Universidad de Chile (es decir por dinero de todos nosotros), a propósito de las celebraciones de los 50 años del 11 de septiembre.

Recordemos que, como juez, Garzón fue quien ordenó en 1998 la captura de Pinochet por crímenes de lesa humanidad, mientras éste se encontraba en Londres, en virtud de la auto atribuida competencia del tribunal al que pertenecía (la "Audiencia Nacional" española) de conocer vulneraciones de derechos humanos en las dictaduras del Cono Sur latinoamericano. Los que vivimos aquella época conocemos el embrollo en el que esa decisión metió al gobierno chileno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Reavivando el avispero de la polémica política interna -en una época en que la transición democrática aún estaba en consolidación-, esa decisión lo puso entre la espada de dar el gusto a la izquierda, abandonando a Pinochet a su suerte, y la pared de defender la soberanía del país, viéndose obligado a utilizar todos los medios necesarios para traerlo de vuelta a Chile.

De cualquier manera, y aun cuando esa decisión dio mucho prestigio a Garzón entre la izquierda internacional, el futuro deparaba a este juez algunas sorpresas. En 2012, el Tribunal Supremo español lo condenó, por el voto unánime de 7 de sus jueces, por el delito de prevaricación -el peor delito que puede cometer un juez, pues implica que actúa o condena de forma injusta, a sabiendas- porque en una causa de corrupción ordenó escuchar y grabar las comunicaciones que algunos imputados mantenían con sus abogados desde una cárcel española. Para el Tribunal Supremo, Garzón colocó "a todo el proceso penal español (...) al nivel de sistemas políticos y procesales característicos de tiempos ya superados (...) admitiendo prácticas que en los tiempos actuales solo se encuentran en los regímenes totalitarios en los que todo se considera válido para obtener la información que interesa". La sentencia, lapidaria, le costó a Garzón la expulsión del poder judicial, y una condena a 11 años de inhabilitación.

Muchos años después, Garzón está hoy muy lejos de esa aura de "héroe de los derechos humanos" que se labró durante sus años en la Audiencia Nacional española. Se sabe que ha facturado millones de dólares a empresas estatales venezolanas en asesorías en España -en Venezuela, hablar de "empresa estatal" es hablar de Nicolás Maduro-, y que trabaja en la defensa del operador financiero del mismo dictador, Álex Saab, acusado de lavar dinero del chavismo en EE.UU. y Colombia. Además, es conocida su cercanía con otros líderes de extrema izquierda en Latinoamérica, como Cristina Fernández de Kirchner o Evo Morales, a quien ha respaldado en sus demandas contra Chile.

En cualquier religión, los santos, santones y maharishi son ejemplos preclaros de los valores que iluminan a las creencias de quienes los enarbolan como modelos. Parecen cada vez más claros cuáles son los valores de la izquierda que nos gobierna en Chile.

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