Gremialismo, cuando llegar al presente es la meta

La victoria de Javier Macaya en el gremialismo no ha sido recibido con fanfarria por parte de los poderes fácticos de la derecha. Eso habla bien de Macaya y habla muy mal de su predecesora el que ni siquiera le diera el saludo protocolar.

A la derecha más dura no le gustan los cambios, pero deben reconocer que, tal como iban, el grado de duda e indefinición permanente en la que habían caído no les dejaba muchas opciones.  Por de lo demás, no hay nadie a quien seguir.

El gobierno de Piñera acaba de romper el récord a la administración con más bajo apoyo ciudadano desde la recuperación de la democracia.  Ningún otro Presidente había conseguido una sensación tan generalizada de desorientación.

Es tanta la falta de iniciativa que la prensa oficialista muestra las reuniones entre sus precandidatos presidenciales como un avance. Se prometen un buen trato mutuo. Es tanto el retraso que empezar a conversar les parece un adelanto importante. Hace algunos años este hecho no habría merecido una mención.

Es raro ver como un partido que está en el gobierno siente que la agenda la ponen los adversarios y que se reconozca perdedor en el debate de ideas. El gremialismo ha ido a remolque de los procesos principales que empiezan a observar desde la galería. Llegar al presente es una meta en este caso.

Actualizar a la UDI tiene sus complejidades cuando su antecesora se especializó en la defensa a ultranza del núcleo duro de derecha, algo que equivale a aceptar el declive permanente de la organización. Cuando lo que se busca es retener el núcleo más irreductible, sólo puede significar que se está perdiendo todos los bordes donde anteriormente el partido tenía gravitación.

El nuevo presidente representa una puesta al día con retraso de un partido importante. Las resistencias a su llegada muestra que el gremialismo no busca actualizarse porque quiera, sino que necesita ponerse al día porque reconocen que darle continuidad a lo que había equivale a un lento hundimiento.

La UDI es un partido que hoy muestra más dudas que certezas. La primera tarea, básica a más no poder, es volver a conectarse con el sentir ciudadano predominante. Macaya es un moderado lo que es una novedad por estos lados. La antigua dirección buscó contener los cambios poniendo diques, tras un año de retrocesos y derrotas está claro que ese no era el camino

El regreso de Longueira, uno de los menos inspiradores que registra nuestra historia política, muestra lo imposible que es la vuelta atrás. El antiguo caudillo no deja de dar señales y su partido continúa sin hacerle caso. Como era de rigor, ahora le dio su apoyo al candidato perdedor, lo que ya debió alertarlo sobre cuáles terminarían siendo los resultados de las elecciones internas. Hay retornos que nunca debieron producirse. Longueira no conoce ya a su partido y su partido no lo reconoce como el líder permanente que él siempre creyó ser.

Un partido conservador no tiene por qué llegar a ser retrogrado, que es a lo que lleva el predominio de los sectores más duros y con mayor falta de imaginación. El mismo Macaya señala que su principal tarea consistirá en recuperar “la influencia que tuvo décadas atrás”. Se trata de una forma suave de decir que la misión consiste en recuperar al partido a secas. Veremos si todavía es tiempo.

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