La ingenua confianza dada por los demócratas a la izquierda a fines de los años 80 y comienzos de los 90 ha costado caro para los intereses de la patria. Ya a inicios de la segunda década de los años 2000, algunos demócratas nos dimos cuenta de la simulación democrática de la izquierda para imponer un espíritu totalitario, cuyas semillas que habían germinado en un par de generaciones, estructuraron conciencias en base a la lucha de clases como concepción de la sociedad y principio de acción política e individual.
En este sentido, tal como lo señala el intelectual Félix Guattari, “un movimiento que lleva a la ruptura radical en el campo social histórico trabaja en el inconsciente más individualizado”.
Esto se explica por el trabajo simbólico y cultural que hizo posible la colonización ideológica de militancias democráticas y de generaciones de jóvenes que ignoran los valores de la democracia, del bien común y de la amistad cívica, reemplazándolos por disfraces ideológicos del odio y la intolerancia mediante luchas específicas de reivindicación como el indigenismo y la ideología de género, entre otras.
La lucha de clases fue comercializada sin mayor riesgo aparente para el sistema democrático bajo la cobertura de manifestaciones culturales diversas, que vía medios comunicacionales, educativos y artísticos; diseñaron una reestructuración mental que reescribió la historia e hizo posible la resocialización ideológica de los individuos.
Ello contó con las condiciones perfectas para su realización, entre ellas cabe destacar la conversión de la democracia representativa en un régimen de intereses corporativos en donde los intereses de políticos fueron cooptados por intereses económicos y una derecha cavernaria, ideológicamente fundamentalista, que fetichizó la política chilena.
Ambos elementos hicieron imposible el cambio político y social real, lo que se prestó como acelerante sociocultural del proceso insurreccional.
Los demócratas enfrentamos desde el año 90 los fuertes embates de una clase política cooptada ideológicamente por los intereses corporativos y por una derecha neoliberal incapaz de pensar socialmente el país.
Ese escenario cimentado de obstáculos generó un camino de rezago para los verdaderos demócratas y llevó a la intersección a los actores menos deseados para los intereses de la patria, los responsables políticos de la mala siembra y los frutos podridos de la cosecha. En ese encuentro, sólo la violencia es la única posibilidad y mecanismo de expresión.
Para ser optimista, lo bueno de este proceso es que muchos se han dado cuenta de lo valioso que son los valores democráticos y lo peligroso que es el fundamentalismo ideológico. A la luz de esto, esperemos que la inspiración sincera en el bien común de Chile inculque las decisiones de los chilenos.
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