La alerta de la abstención electoral

Tal vez uno de los elementos más sorprendente de las recientes elecciones municipales es que el mundo político se sorprendiera de la alta abstención electoral teniendo presente que se aumentaba el padrón electoral en cinco millones y medio de nuevos inscritos vía la inscripción automática, es decir vía un procedimiento administrativo que no implicaba tocar la brecha, las motivaciones de fondo por la cual estos electores no se habían inscrito anteriormente.

Era evidente que el paso de la obligatoriedad, por laxa que ella fuera, a la voluntariedad implicaba un aumento significativo de la abstención como ocurre en todos los países donde existe la voluntariedad. No lo era, sin embargo, que una parte del electorado del padrón anterior, se abstuviera. En la magnitud que lo hizo.

Pero tal vez aún no existe en los partidos el convencimiento de la enorme fractura, de la enorme distancia existente entre la ciudadanía, sobre todo en el elector joven, y el sistema político representativo en sus diversas instancias y también en el plano municipal.

La abstención desbarató varias hipótesis que se habían construido: la abstención golpeó más a la derecha que a la centroizquierda, la abstención fue mayor en comunas ricas que en las pobres, la abstención se produjo y fuertemente también en aquellas comunas donde hubo tensión electoral, candidatos con alto perfil y contenido en las campañas.

Josefa Errázuriz ganó en una comuna donde hubo una abstención altísima de gente adulta y donde ella fue un factor de la derrota explosiva de Labbé. La gente adulta que generalmente votó por Labbé no concurrió a votar y expresó un tipo de desafección que era poco probable de predecir.

Digo algo básico, y destaco el análisis del investigador español Enrique Alcubilla: no hay una sola clase de abstención electoral, ni una explicación única.

Como sabemos existe la abstención técnica o estructural motivada por aquellas razones que no son imputables al ciudadano con derecho a voto: enfermedades, defectos de la inscripción electoral, lejanía del lugar donde debe votar, inscripción en una mesa distinta al de su actual lugar de residencia. En ese padrón electoral hay 600 mil chilenos inscritos que están en el extranjero y que no votan porque insólitamente Chile no tiene una ley que permita el voto de los chilenos en el extranjero.

Junto a ella hay que mencionar la abstención política o racional, la actitud consciente de silencio o pasividad individual que es la expresión de una cierta voluntad política de rechazo al sistema político o a la convocatoria electoral en concreto, un abstencionismo de rechazo, o bien de no identificación con ninguno de los líderes o programas políticos en competencia electoral, convirtiéndose la abstención que podríamos denominar activa en un acto de desobediencia cívica o en la concreción de una insatisfacción política.

Cuando ello traspasa los límites de la decisión individual para convertirse en un movimiento que promueve la inhibición participativa o la abstención activa, con el objeto de hacer pública la oposición al sistema político o al sistema de partidos, toma la forma de abstencionismo beligerante. Cuanto pesó Eloísa González y su movimiento de no prestar el voto es una interrogante.

Existe, también el abstencionismo apático motivado por la pereza, el desinterés, unido a una convicción menos política de la escasa importancia del voto individual y un cierto desconocimiento de las consecuencias de la abstención para la solidez de las instituciones.

En los países donde existe una larga tradición de voto voluntario, el sistema político democrático no pierde automáticamente legitimidad con el descenso del nivel de participación, porque la abstención es admitida como forma de expresión política en la democracia, aún cuando el ideal de la política y de los partidos debe ser el de la participación plena ojalá todos los ciudadanos y ciudadanas.

Pero hay una diversidad de factores involucrados en la abstención. Hay factores socio demográficos  tales como el sexo, la edad, el nivel de educación, el nivel de ingresos, la religión, el sistema de comunicaciones o el ámbito de población en el que reside.

De ello derivaba el análisis de los arrepentidos del voto voluntario que señalaban este factor como un factor negativo de un voto voluntario donde sufragaban más los ricos que los pobres.

Hay factores sicológicos: la apatía o indiferencia, la desideologización o desinterés por los asuntos políticos, el convencimiento íntimo de la vacuidad y del escaso peso específico e inutilidad del acto participativo (escepticismo), la relativización de la importancia de las elecciones dada su escasa influencia en lo que estos ciudadanos consideran los temas principales del país.

Y , por cierto, hay también factores políticos: el dominio excesivo de los partidos políticos sobre el sistema, la desvinculación de éstos de los asuntos concretos y de la vida comunitaria, la tecnificación del debate político cuando éste existe en condiciones de publicidad y transparencia, la ausencia de renovación de la clase política, la falta de credibilidad de las fuerzas políticas ante el incumplimiento de las promesas electorales, el sistema electoral binominal, el descontento por la falta de participación son factores que influyen en la abstención como forma de castigo.

Sobre las vías de solución y sus efectos.

Uno de los procedimientos utilizados por los distintos ordenamientos electorales para disminuir la abstención ha sido facilitar la emisión del voto a través de aproximar la urna el elector, establecer un amplio horario de apertura de los colegios electorales, flexibilizar totalmente las jornadas laborales en el día de la elección, el voto electrónico, etc. En Chile el gobierno y los expertos electorales de los partidos se orientan hacia fórmulas de este tipo y esto ha estado en el debate más que los cambios de fondo del sistema electoral y del sistema político.

Existen convincentes argumentos en contra de la obligatoriedad del voto. La libertad de voto implica la posibilidad de la no participación; la abstención es así una actitud cívica o ética, es un derecho como el de votar; resulta incompatible la obligación de acudir a las urnas con la libertad de sufragio, acto privado por excelencia.

Se hace frente a la abstención, a través de la democratización de los partidos políticos, de otorgar sentido efectivo y no meramente ritual al acto electoral, de tener un sistema electoral que exprese fielmente la soberanía popular y el pluralismo y en el fondo en una profundización efectiva de la democracia que pasa por recuperar el prestigio de las instituciones representativas.

Un régimen democrático admite y tolera la abstención como forma, aunque no técnicamente, de expresar el sufragio y debe luchar por reducir el abstencionismo estructural.

Esta consideración de la abstención como un derecho de los ciudadanos, y que se presenta como un índice de estado de opinión muchas veces tan significativo como las mismas variaciones en el número de votos de las fuerzas políticas, no puede hacernos dejar de lado los efectos o consecuencias: crea escepticismo respecto de las elecciones como forma más importante de la democracia representativa y por tanto respecto del nivel o grado de consentimiento en un sistema político en el que el sufragio es el principal modo de expresión y elemento fundamental para la integración funcional de los ciudadanos.

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